Como en muchas naciones del mundo, en República Dominicana la gobernabilidad está cimentada en el ejercicio equilibrado de los tres poderes que la sustenta, el Legislativo, Ejecutivo y el Judicial, pero la política ha logrado romper ese esquema llevando esta práctica de justicia a la voluntad de quien gobierna.

Ya no se puede hablar con justeza ni justicia del libre ejercicio legislativo y, salvo raras excepciones, en la Justicia, todo depende de la primera magistratura de la Nación, porque de lo contrario, quien enfrenta al Gobierno, lo pierde todo, recursos, designaciones y hasta la subsistencia profesional.

Cada líder político busca acentuar su poder controlando el Senado, la Cámara de Diputados, la Suprema Corte de Justicia, el Ministerio Público y las altas cortes que conocen de asuntos administrativos y de otra índole, para poder disponer de todo y hacer honor al adagio que reza “el presidente es como un Dios”.

Los dominicanos, a lo largo de la historia republicana, hemos mostrado ser un pueblo fuerte, pero en las últimas décadas, muchos han sucumbido ante el dinero y el poder político.
Todo criollo sensato procura vivir en un país que esté fuera de esos paradigmas para acudir a un ejercicio participativo efectivo, en cuyo desempeño esté centrada la voluntad de la gente, el valor de la nación y la defensa, a sangre y fuego, de los intereses patrios.

Millones de dominicanos estamos ahora hábiles para votar y, es precisamente un momento especial, para a reflexionar sobre la conveniencia de escoger entre las propuestas las que llenen más sinceramente los anhelos de los padres de la nación y que rompan con la gran desigualdad económica, social y política, incluyendo, la lenidad, la corrupción y el abuso de poder.
El color, la simbología partidaria y los beneficios particulares que se representen en tal o cual partido, poco ha de importar cuando se piensa como dominicano, cuando se cree en el derecho a ser libres y a vivir en sosiego. ¡Como Dios manda!

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