El sábado pasado se constituyó en el inicio del primer fin de semana liberado de restricciones horarias para el expendio de bebidas alcohólicas, en atención a la disposición de Interior y Policía que dejó sin efecto la prohibición, so pretexto de la Navidad y el Año Nuevo.
En diferentes barrios, como en La Venta del municipio de Santo Domingo Oeste, o en La Yaguita y barrios cercanos; en la avenida Núñez de Cáceres, lo mismo que en otras latitudes de la Capital, pudo verse cómo jóvenes extendieron sus celebraciones hasta el amanecer.
Al otro día, domingo, un hombre en Santo Domingo Oriental ensangrentó el día después de una borrachera. Aunque los familiares dicen que tenía problemas conductuales y personales diversos, amaneció consumiendo alcohol, protagonizó una situación de violencia con su propia familia que provocó la intervención de la Policía. El hecho terminó con la muerte del hombre y de un agente de la uniformada.
No se puede pensar en una conexión entre esos acontecimientos. Pero nada impide que imaginemos que la medida puede estimular un estado de por sí inquietante, que es la violencia en las familias y entre terceros. Muchos casos suelen estar asociados a la ingesta excesiva de alcohol.
El rechazo a la liberación de expendio de bebidas y apertura ilimitada de los negocios ya cobró cuerpo y ha sido más que perceptible.
Igual entendemos que no hay motivos para que en nombre de la Navidad y el Año Nuevo se disponga una medida que estimula el consumo de alcohol sin controles.
Habría que considerar también el dato del alto porcentaje de accidentes de tránsito con saldos trágicos en que está presente el alcohol. La tragedia en que murieron un grupo de jovencitos de San Francisco de Macorís fue el último drama que estremeció la conciencia social. Pero más allá de sus familiares, la mayoría lo ha olvidado.
No vamos a aventurar un reclamo de que recojan lo dispuesto, porque difícilmente lo hagan. Pero no debió ser. Sobre todo, en un país que no sale del estrés generado por la violencia e inseguridad general.
