Una confianza excesiva en el presente y una total esperanza en el futuro, nos convocan rápidamente a leer o releer a Cioran, con su carga de acidez y su documentado pesimismo y potencia expositiva. Así, volveremos a poner los pies sobre la tierra, aun con peligro de quedar desequilibrados, acabados, agitados y solos, luego vacunarnos contra en engaño con el rumano “iconoclasta y nihilista”, muerto en París hace más de 20 años.

En “La tentación de existir”, Cioran nos habla de la fatiga de la modernidad y el desgarro colectivo: “El historiador antiguo que decía de Roma que no podía soportar ni sus vicios ni los remedios para éstos, más que definir su época, anticipaba la nuestra” (2002: p. 43). Una época agónica, sin sentimientos colectivos e ideológicamente convulsa.

Emil Cioran es muchas cosas, incluyendo apocalíptico, obviamente, pero también profundo observador de lo humano: “No hay obra que no se vuelva contra su autor; el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliendola, se agita en el interior de la historia; sólo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser” (p. 5).

Nadie se salva de su crítica incisiva, ni “el intelectual fatigado (que) resume las deformidades y los vicios de un mundo a la deriva. (y que) No actúa: padece”, y que dependiente del poder y “frustrado de sus dudas, se busca las compensaciones del dogma”(p. 36-37). Como tampoco se le escapa a sus críticas la religión católica: “En sus buenos momentos, el catolicismo fue sanguinario, como corresponde a toda religión verdaderamente inspirada” (p. 53). O, cuando dice que: “las tradiciones más detestables del Antiguo Testamento: la intolerancia, la brutalidad, el provincianismo” (p. 182).

Y esta crítica a Dios y a la iglesia, aunque más poética, sigue en “Brevario de los vencidos”: “Dios, como no tiene nada que guardar en su casa, de aburrimiento y enojo, deja yermos los jardines del hombre” (2010, p. 11). O abjurando de la eternidad, cuando casi grita: “Que Él se quede toda una eternidad donde no haya nadie; nosotros seguiremos pecando, mordiendo las manzanas que se pudren al sol” (p. 12). Y finaliza: “Creyó Él que con la muerte nos haría esclavos y que le serviríamos. Pero nosotros, poco a poco, nos hemos acostumbrada a la vida” (p. 13).

Sin dudas, como nos dice Savater, algunos espíritus raros tienen “propensión a la lucidez”, y “se convierten así en centinelas insomnes de fracasos que todo pretende hacer olvidar, en sarcásticos pregoneros de derrotas fundamentales. Tal es el caso de Cioran, visionario a fuerza de desengaño, al que la pasión de ver despejadamente le ha quemado los ojos…” (Diccionario filosófico: 1997, p. 61).

Así, hablando de Cioran con un amigo, me recomendó al filósofo y activista italiano Franco “Bifo” Berardi. Aquí tengo “Héroes. Asesinato masivo y suicidio”, que, por razones de espacio, serán motivo de otra Pincelada.

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