La República Dominicana lleva 15 años de crecimiento económico continuo. Antes, después de la contienda de 1965, que fue estremecida por un grito en defensa de la institucionalidad y la civilidad, ha visto levantarse una obra material impresionante, sobre todo en infraestructuras de todo tipo.

Pero parece que la humanidad dominicana decrece. Después de tantos esfuerzos por mejorar la educación, los resultados en término de calidad son frustratorios.

Aunque hablamos de disminución de la pobreza, y así lo avalan los organismos internacionales, las desigualdades se ensanchan. Segmentos más reducidos de la población se enriquecen brutalmente mientras se profundiza la inequidad en el ingreso de la gran masa.

Más centros educativos, mayores campañas por incorporar a las personas al conocimiento, pero alarma la pérdida de valores en los diferentes estamentos sociales.

El legítimo derecho a mejorar las condiciones económicas conduce a mucha gente a caer en cualquier clase de ilícito: corrupción o drogas.

El tráfico y consumo de drogas es alarmante. El micro tráfico es una forma de vida y al mismo tiempo un camino expedito a la muerte. Miles de jóvenes bajo el influjo de las drogas y decenas de muertes por el control de ese negocio criminal.

El alcoholismo, que es el primer escalón hacia el consumo de drogas más duras, se destapa como uno de los más serios problemas entre menores de edad.

Es una verdad admitida que el crimen organizado ha penetrado los organismos de seguridad pública y con frecuencia se documenta la participación de algún tipo de agente en una banda criminal.

El Estado, pese a las inversiones para mejorar sus mecanismos de control, resulta fallido cuando se trata reducir los niveles de delincuencia e inseguridad.

No pensemos en el desorden vial ni en los siniestros y secuelas que genera pese a las inversiones en infraestructura y transporte. Tampoco pensemos en la prestación de los servicios hospitalarios. Ni en las comunidades sin acceso al agua potable o a los déficits en las grandes ciudades. O en los barrios donde nunca llega. Las soluciones se postergan por siempre. Olvidemos “el caro e inestable” servicio eléctrico.

Pero seguimos creciendo.

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