Transcribimos aquí un interesante trabajo redactado por el entonces bachiller Luis Ureña, quien como estudiante de medicina, presentó este escrito al doctor Heriberto Pieter en la asignatura “Historia de la Medicina”. Lo publicamos tal cual fue redactado:

Con respecto a su enfermedad, nos refiere un anciano doctor, estudiante de Medicina en esa época, y quien en calidad de discípulo del padre y pariente del médico de cabecera de éste, dr. Pedro Delgado, nos dice: El padre murió de una tuberculosis congestiva, de evolución lenta, con discretas hemoptisis; pero que la causa directa fue un colapso cardíaco en el curso de una neumonía. Nos refiere además, –pues lo trató de cerca–, que ya para el año de 1885, el padre Billini había hecho sus primeras hemoptisis y que durante ellas era atendido por su gran amigo y colaborador dr. Pedro Delgado. Agrega: “Debido a sus múltiples ocupaciones que distraían su tiempo, se ocupaba tan poco de su alimentación como de su tratamiento”. Hay que suponer el esfuerzo físico y mental necesarios para atender a sus deberes eclesiásticos, dirigir una escuela, administrar hospital, manicomio, orfelinato; pedir y recaudar fondos y efectos para el sostenimiento de obras tan costosas como las creadas por él.

Y así pasaron 5 ó 6, tal vez más años, sufriendo calladamente los estragos de su enfermedad hasta el año de 1890, fecha en que refiriéndose a él dice Vetilio Arredondo:

“En su rostro de apóstol se dibujan ya las huellas de los padecimientos, del mal que va minando lenta e implacablemente su existencia”. Y el 3 de marzo de ese mismo año, ese organismo debilitado por la penosa enfermedad que le aquejaba, hizo una neumonía, la cual, pese a los esfuerzos de la ciencia médica de aquella época, fue imposible vencer. El día 8, previendo su cercana muerte, no quiso dejar huérfanas las instituciones que había creado, y junto con su testamento creó la Junta de Caridad, que debería encargarse de la administración de ellas. Su agonía fue lenta pero tranquila, y dice Federico García Godoy: “Le era penosísimo aspirar el aire que le hacía falta a sus pulmones y no obstante las amenazas de la asfixia, no se lamentaba de su muerte fatal”. El día 9, a las 11:45 de la noche y bajo torrenciales aguaceros, expiró como un santo; no sin antes haber recibido de la iglesia de manos del ilustrísimo y reverendísimo monseñor Fernando Arturo de Meriño, los últimos sacramentos. Sus últimas palabras fueron: “Acostadme para descansar con toda humildad”.

A su muerte el Congreso Nacional decretó 9 días de duelo. La noticia de su muerte cundió rápidamente por todos los ámbitos de la República y aún del extranjero, recibiendo sus familiares y amigos, testimonios del afecto que en todas partes tenían por el sacerdote esclarecido. Entre ellos el más elocuente tal vez, el del maestro, Eugenio María de Hostos.

De ella, por su belleza y por lo justamente que pinta al místico varón, extractamos los siguientes párrafos: “He sentido de veras, la noticia que ustedes me dan de la muerte del Padre Billini. Generalmente suelo no sentir la muerte de los hombres por ellos mismos: casi siempre la muerte es un descanso de una carga que no se sabe llevar, y que fatiga, o irrita o desespera. Yo lo he sentido por él, por la República, y por mí, y he sentido su muerte como ausencia de uno con quien se podía contar para cosas buenas”.

Como homenaje de gratitud, todas las obras que él inició llevan hoy en día su nombre. Y una junta, formada poco tiempo después de su muerte, colectó fondos para la erección de una estatua en el parque que lleva su nombre. Y refiriéndose a ella, por su vecindad a las de Juan P. Duarte y Hostos, dice don. E. Rodríguez Demorizi en su obra “Hostos y el Padre Billini”: “como si alguna divinidad, protectora de los grandes y de los buenos, quisiera hacer un solo símbolo de los símbolos que ellas representan: de Dios, de la Patria y de la Escuela”.

Posted in Historia de la MedicinaEtiquetas

Más de cultura

Las Más leídas