La fidelidad del voto y la transparencia en el montaje de las votaciones y todo lo que tiene que ver con ese ejercicio democrático debe ser materia de interés de la ciudadanía.

Debe ser así, porque mediante el recurso del voto es que los ciudadanos escogen a quienes dirigirán el Estado.

El Presidente y el Vicepresidente, los senadores y los diputados, los alcaldes y regidores escogidos tienen que ser el producto de la voluntad mayoritaria. Porque ningún resultado amañado, fruto de la coerción, la fuerza o la corrupción mediante la compra de conciencia, en forma alguna puede adquirir categoría legítima de elección.

Nos han llamado la atención unos pronunciamientos aparentemente distantes pero unidos por un sentimiento común. El primero es del obispo de Peravia Víctor Masalles y el segundo del obispo auxiliar de la Arquidiócesis de Santo Domingo Monseñor Jesús Castro Marte.

Masalles afirma que la Junta Central Electoral (JCE) debe garantizar al país, con evidencias claras, que las elecciones de 2020 serán transparentes e incuestionables. Cree que hay suspicacias en torno a la conducción del proceso electoral y que en la sociedad hay un reclamo de transparencia, que no haya duda en la población en torno al proceso electoral que se avecina.

El obispo auxiliar Castro Marte expresó preocupación sobre las próximas elecciones y reclamó que no “haya juegos sucios”. “La Junta Central tiene que mostrar fortaleza, principalmente en las mesas electorales, alrededor de los colegios para que no se manipule a los ciudadanos que quieren cumplir con su deber y su derecho de elegir a los que ellos prefieren”.

Como puede observarse, existe en la iglesia Católica una honda preocupación sobre la calidad del voto, sobre la idoneidad del montaje de las elecciones. Todo eso, como dice Castro Marte, se origina en el dato de que aún no hemos podido erradicar la cultura del fraude. Sus preocupaciones no son únicas. Existe un segmento de la población que igual tiene inquietudes semejantes.

Esas inquietudes no pueden pasar inadvertidas.

El futuro institucional de la República está amarrado a la idoneidad de las futuras elecciones, y es bueno que los liderazgos lo entiendan.

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