Lo confieso: tenía mucho que no iba al cine, o mejor dicho, que no me sentaba a ver una película. Sin embargo, en cuestión de una semana -la pasada-, vi dos: una en la casa: “Los dos Papas” -del director brasileño Fernando Mairelles-; y otra, acompañando a mis hijos, Jeffrey y Edward, “The Rise of Skywalker” -ciencia-ficción- que mi maltrecho inglés apenas me hacía entender si no fuera por su conexión-remembranza con aquella serie “Viajes a las Estrellas” de nuestros años mozos. No obstante, no es de la segunda (afición de mis vástagos) sobre la que quiero dejar mi grata impresión, sino de la primera: “Los dos Papas”.

Tenía, creo, desde mis años de estudiante universitario -y ha llovido mucho-, que no disfrutaba del prodigio de una conversación doctrinaria-filosófica (real o imaginaria), entre dos figuras o autoridades mundiales como las de un cardenal y un Papa de visiones y convicciones contrapuestas sobre el mundo, la Iglesia y la marcha acelerada de esta posmodernidad que nos deja obsoletos en segundos. Pero más que ello, la sinceridad con la que Francisco y Benedicto encaran sus diferencias, pareceres y miradas reflexivas sobre un mundo -el actual- en derroteros múltiples y que ninguno se atreve a darlo por conocido, de un todo, sin confesar sus perplejidades e incompetencias para abordarlo sin cargo de conciencia y necesidad de reforma -Francisco- o, sin liturgia-conservadurismo -Benedicto-. Y allí se centra todo el hilo discursivo-filosófico entre el que quiere jubilarse, de alguna forma, y el que va a renunciar, para que se dé la paradoja, como siete siglos atrás, de dos Papas en vida.

Traigo la reflexión a cuento, porque en nuestra historia política, habiendo tenido -y teniendo- líderes políticos (sabios y cultos), jamás disfrutamos, en público, de verlos debatir, reflexionar o conversar, con sinceridad y sin escaramuzas, sobre nuestro destino como nación, o tan siquiera esbozando alguna reforma no forzada por trapisondas electorales, crisis políticas, presión externa o malos humores. Acaso sí: podemos rememorar algo: aquel memorable debate televisivo entre Juan Bosch y el padre Láutico García. Pero aquello, más que debate-conversación, fue, por parte de Bosch, derribar una calumnia (comunista).

Suerte que el mundo no se agota en un hombre y su ego, y que, en estos últimos años, a pesar de cegueras políticas, hemos avanzado como país; esperanzados en dar el salto a otro estadio de civilidad política-institucional. O tal vez, ahora -a la puerta de las elecciones-, ser testigos-participantes de algún debate sin insultos. Y si, por tradición de gallera (ausencia de cultura democrática), se impone el insulto, ojalá alguien nos convoque a ver, en pantalla nacional abierta, “Los dos Papas”. Quizás, aprendamos a escucharnos…!

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