El periodista Andrés Oppenheimer dirigió un interesante programa sobre la actual crisis de la democracia. Lo que resultó significativo fue la falta de respuestas adecuadas. Por ejemplo, uno de los entrevistados opinó que el problema se debía al deseo de mayor libertad. Esta respuesta resulta insólitamente contradictoria. Desear mayor libertad jamás podría interpretarse como un fallo de la democracia. La conclusión del propio Oppenheimer al problema de la democracia nos pareció conformista, pues argumentó que la humanidad nunca ha vivido mejor que en la actualidad, y para demostrarlo puso el ejemplo si era más conveniente sacarse un diente con anestesia, o como se hacía trescientos años atrás en base a puro dolor. Eso es cierto. ¿Pero, que tiene que ver eso con la democracia?

Para buscar una respuesta al problema debemos definir primero la pregunta, pues es imposible obtener una respuesta a una pregunta no formulada. ¿Entonces, en que consiste la crisis de la democracia? En nuestra opinión, a tres factores diferentes, pero que están conectados: la polarización social, un sentimiento de exclusión y de la ilegitimidad de las élites por parte de la población. Un proceso acelerado por la rapidez en que viajan las informaciones en las redes sociales.

La democracia requiere de un grado de consenso y de respeto por las opiniones contrarias. Sin embargo, la polarización prevalece en muchas sociedades democráticas. Se trata de un movimiento de la opinión pública desde el centro del consenso a los extremos de las descalificaciones. Ese es el caso de España, con la investidura de Pedro Sánchez. Esa es la dolorosa realidad de los Estados Unidos entre los partidarios y los opositores de Trump que desean enjuiciarlo. Este movimiento de la opinión pública hacia los extremos está precedido de un sentimiento de exclusión de una parte importante de la población, que considera que ha sido relativamente perjudicada. Un ejemplo de esto es la frustración con la globalización por parte de los trabajadores norteamericanos, quienes votaron por Trump. En sociedades avanzadas donde la desigualdad es menor que en América Latina dicha división puede ser entre dos partes más o menos iguales. En Latinoamérica, esta división sería entre una mayoría y una minoría.

Finalmente, se trata de un sentimiento de ilegitimidad. La población debe sentir que la repartición del bienestar o del sacrifico es equitativa. Las élites políticas indiferentes a los anhelos de la población, manipuladoras de sus carencias y necesidades y corrompidas por la falta de transparencia pueden llevar a que las instituciones democráticas sean consideradas ilegitimas, por una parte importante de la población que se siente excluida. Consecuentemente, aparece el enfrentamiento social que elimina toda posibilidad de diálogo y de consenso. Ahí está la causa de la crisis actual de la democracia y lo que debemos hacer para curarla.

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