“La pequeña Bessie” forma parte de los llamados textos malditos que escribiera casi clandestinamente Mark Twain durante los últimos y amargos años de su vida. Textos blasfemos o por lo menos irreverentes, que no se dieron a conocer hasta mucho tiempo después de su muerte y que todavía hoy no gozan de la estimación de muchos lectores y editores. Textos que todavía sufren una especie de censura estructural y son como quien dice mantenidos en el banco del castigo, en un rincón oscuro y apartado de la vista de los curiosos, allí donde se conservan y preservan las vergüenzas familiares.

El hecho es que Mark Twain no fue -como se ha dicho y como se pretende hacernos creer-, un simple humorista, sino, entre otras cosas, un batallador incansable contra la intolerancia y el oscurantismo. En esa labor puso Mark Twain todo su empeño, un empeño humorístico diabólico si se quiere, endiabladamente humorístico.

Esa pequeña Bessie (alter ego de Mark Twain) libra con su candorosa irreverencia una especie de cruzada contra la irracionalidad de ciertas creencias religiosas que representan la peor forma de fanatismo. Bessie conversa a menudo con el irreverente señor Hollister, a pesar de que su madre se lo tiene prohibido, o quizás precisamente por ello, y el señor Hollister alimenta todas sus inquietudes. La enseña a pensar, a dudar, a desconfiar de todas las verdades reveladas.

La pequeña Bessie advierte, por ejemplo, la contradicción implícita en la creencia en un dios infinitamente bueno que comete acciones infinitamente aborrecibles. A su vez, la pequeña Bessie castiga a su buena y beata madre con preguntas y razonamientos que la sacan de quicio, la obliga a pensar y la horroriza al mismo tiempo. Con ella se horroriza todo aquel que es beato y sincero. (El animal más peligroso del mundo, dijo alguien: un beato sincero).

Un gato —razona la pequeña Bessie—no tiene la culpa de ser gato. Su esencia es la gatunidad y la culpa de ser gato la tiene quien hizo el gato. El divino creador del gato, el diseñador del gato, no la madre del gato. El gato no tiene la culpa si mata y tortura un ratón. Tampoco tiene la culpa si se roba una longaniza, y la longaniza tampoco es culpable. Lo mismo aplica a la monstruosa criatura que inventó Frankenstein. El monstruo se sale de control, comete todo tipo de desmanes, pero no es culpable de nada. El culpable es Frankenstein que lo fabricó sin pedirle permiso y Frankenstein lo reconoce.

En cambio Dios no se responsabiliza por su obra. Al hombre y a la mujer los hizo malos en extremo y les exigió ser buenos, obedientes y buenos. Pero no responde por los defectos de fabricación. Los castiga por una mínima contravención, condena a toda la humanidad a causa de una manzana, la manzana de la discordia, maldice a todas las mujeres. Por si fuera poco, inunda el planeta, extermina a casi todos los seres vivientes. Además está casi siempre aburrido, rabioso, de mal humor, no se enamora ni tiene relaciones sexuales y cuando quiere tener un hijo elige a una mujer casada con un pobre viejo. Pero en ningún momento reconoce sus faltas, no reconoce —como dice la pequeña Bessie— que “es responsable, en cualquier caso, de todo lo que el hombre hace” y que “no puede ignorar el hecho”. No reconoce que “Solo hay un criminal, y no es el hombre”.

Por eso Bessie dice que nunca fabricaría un gato, a menos que supiera hacer un gato bueno.

La pequeña Bessie (1908)
Mark Twain

Capítulo 2

Creación del hombre
Mamá.—Hija desobediente, ¿te has estado reuniendo con ese irreverente Sr. Hollister de nuevo?

Bessie.— Bueno, mamá, él es interesante, a pesar de todo, aunque malicioso, y no puedo evitar amar a las personas interesantes. Aquí está la conversación que tuvimos:

Hollister.– Bessie, supongamos que debes tomar un poco de carne, huesos y piel, y hacer un gato con todo eso, y debes decirle al gato: No debes ser cruel con ninguna criatura, bajo pena de castigo y muerte. Y supongamos que el gato debe desobedecer, atrapar un ratón y torturarlo y matarlo. ¿Qué le harías al gato?

Bessie.— Nada.

H.— ¿Por qué?
B. —Porque sé lo que diría el gato. Él diría: Es mi naturaleza, no pude evitarlo; Yo no hice mi naturaleza, tú la hiciste. Y entonces eres responsable de lo que he hecho, yo no lo soy. No podría negar eso, Sr. Hollister.
H.—Es solo el caso de Frankenstein y su Monstruo nuevamente.
B.— ¿Qué es eso?
H.— Frankenstein tomó algo de carne, huesos y sangre e hizo de ellos un hombre; el hombre se escapó y comenzó a violar, robar y asesinar en todas partes, y Frankenstein estaba horrorizado y desesperado, y dijo: Lo hice, sin pedir su consentimiento, y eso me hace responsable de todos los delitos que cometa. Yo soy el criminal, él es inocente.
B.—Por supuesto que tenía razón.
H.—Yo lo juzgo así. Es el mismo caso de Dios y el hombre y tú y el gato otra vez.
B.—¿Cómo es eso?
H.—Dios hizo al hombre sin el consentimiento del hombre, y también hizo su naturaleza; lo hizo vicioso en lugar de angelical, y luego dijo: Sé angelical, o te castigaré y destruiré. Pero no importa, Dios es responsable, en cualquier caso, de todo lo que el hombre hace; No puede ignorar el hecho. Solo hay un criminal, y no es el hombre.

Mamá.— ¡Esto es atroz, es malvado, blasfemo, irreverente, horrible!

Bessie— Sí, pero es verdad. Por eso no voy a hacer un gato. Sólo lo haría si pudiera hacer un gato bueno.

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