La voz de la Iglesia Católica y del Consejo Dominicano de Unidad Evangélica (Codue) acerca de la necesidad de erradicar la práctica de la venta del voto en las elecciones que deviene en degradación del proceso, parece calar en diferentes sectores, conscientes de la gravedad de tal práctica.

La compra o la venta del voto, más otros medios ilícitos de corrupción de los procesos electorales en la República Dominicana es una vieja práctica, que siempre se denuncia, pero sin que haya acción o reacción efectiva contra la misma.

Con ese medio, los grupos políticos con mayor capacidad de operación tienen posibilidad de alterar los resultados de una elección en determinada comarca y probablemente hasta a nivel nacional si la competencia resulta cerrada.

Cuando eso ocurre la voluntad popular queda alterada por efecto de un mecanismo infame, que deslegitima las elecciones, pero en un país donde recién se aprueba una ley electoral con sanciones precisas para ese delito, nunca ha habido consecuencia.

Bajo el influjo de esa preocupación, diferentes entidades plantean la necesidad de dejar ese proceder en el pasado, y sostienen la necesidad de algún entendimiento entre los partidos.

La Fundación Institucionalidad y Justicia (Finjus), para citar una de ellas, sugirió ayer “la realización de un acuerdo entre los actores políticos que evidencie un compromiso férreo como medida para atacar esta desdeñable práctica relativa a la compra de votos…” También sugiere la implantación de la figura del fiscal electoral que dé seguimiento a esos casos y genere un clima de seguridad e idoneidad durante las votaciones.

Esa prédica es loable, pero tememos que no funcionará. No es pesimismo, sino que estamos ante los mismos actores, donde se imponen quienes cuentan con más recursos para “movilizar a las personas para buscar los votos”, aunque sea “debajo de las piedras”.

Tememos que esta vez no será la excepción.

La única posibilidad de evitar las prácticas mediante las cuales se imponen quienes tienen más cuartos es que la población se empodere de sus decisiones, que vote libremente, pero falta mucho camino por andar.

Quizás haya avances, pero las miserias suelen convertirse en la principal amarra de los más pobres.

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