San Julián Despradel, unos de los héroes de la Guerra de Restauración de agosto de 1863

Nació en Dajabón en 1836, pero al cumplir sus dos años de edad sus padres se trasladaron con él a La Vega donde vivió toda su vida hasta el momento de su muerte, fecha que desconocemos. Realizaba la labor de platería en su propio taller, y a sus 27 años formó parte del grupo de hombres que luchó por la separación del país de la anexión a España, junto a los generales don Marcos Trinidad, Miguel Custodio, José Abreu, Manuel Mejía y Gregorio Luperón, entre muchos otros.

A continuación copiamos textualmente un documento escrito por el señor Jovino A. Espínola Reyes, que narra varios aspectos de la vida de don San Julián Despradel.

“Este venerable anciano de quien la Patria debe sentirse orgullosa, jamás reclamó sus derechos como soldado de la Guerra de Restauración, pues él fue uno de los héroes de la inolvidable noche del 26 de agosto de 1863.

A los cinco días de esa memorable noche, las fuerzas españolas se vieron obligadas a retirarse de esta ciudad, siendo ocupada por nuestros héroes restauradores bajo el mando de los generales don Marcos Trinidad, Miguel Custodio, José Abreu y Manuel Mejía, seguido apareció el célebre general Gregorio Luperón que se encontraba por la Jagua sección de esta Común. Lo primero que hicieron nuestros generales restauradores fue la organización de un batallón de soldados disciplinados para lo cual se ofrecieron los hombres de toda la clase social. Fue nombrado capitán el joven Cristóbal de Moya, nuestro soldado aunque armados con viejos fusiles, estaban desprovistos de municiones, San Julián se propuso a fabricar estas municiones, para esto comunica la feliz idea a sus compañeros de arte (platería), que eran los señores Juaquinito Gómez, José A. Persia (Toñé), Esteban Viloria y Jacinto Díaz, para tal finalidad San Julián llevó de su casa al cuartel, leña y una paila en que se fundió el plomo con que estaban confeccionadas las pesas de las plazas del comercio y la carnicería , también fue utilizado el plomo de los alambiques y todo el que ofreció la gente, el cual alcanzó a más de un quintal… fundidas las primeras balas, el comercio y todos los cazadores que tenían pólvora ofrecieron la muy entusiásticamente en la que se confeccionaron los primeros cartuchos, bajo la dirección de San Julián, que a este le había enseñado a fabricar un artillero dominicano (viejo soldado). Una porción de estos pertrechos que fueron los primeros que aquí se fabricaron, las llevó el célebre general mocano Manuel Rodríguez (El Chivo) a la capital.

El joven Cristóbal que comandaba el batallón como capitán, por este otro merito nombró en este acto imponente como el caso lo requería, con el grado de Sargento Primero a Don San Julia, grado que él supo honrar.

En una ocasión, el sargento Despradel se negó a hacer una patrulla en la cual se tramaba hacérsele una desconsideración, este fuese a Dajabón en donde prestó muy valioso servicio, peleó mucho en Montecristi y en otros lugares de la Línea Noroestana. Él siempre decía “para servir a la Patria, cualesquier lugar me es igual.

Cuando el prócer Ramón Matías Mella atravesó la Cordillera Central, salió de San Juan para Dajabón, Don Julián le acompañó hasta Guayubín, pues habían sido amigos desde años anteriores; se habían conocido en casa del famoso Orfebre Don Cirilo Gratereaux, maestro de San Julián. El General Mella estaba enfermo a causa de haberse alimentado con jengibre durante la travesía; fue llevado a Guayacanes a casa del general Antonio Gómez (Tño), y de ahí a la casa del general Gaspar Polanco que vivía más allá, San Julián volvió de ahí a Montecristi. El general Mella fue llevado a Santiago en donde murió a los pocos días.
Yo siempre he creído que don San Julián Despradel, el último de los restauradores veganos es acreedor a una pensión puéstale por nuestro gobierno, ya que hay otros no más meritorios que él, que son bien atendidos; él jamás la solicitaría, pues aún cree ser un hombre fuerte capaz de ganarse la vida, su delicadeza no le permite hacer tal cosa reclamo, pero es mi parecer que el Gobierno cuanto antes pensionara como merece a éste héroe, que en la actualidad cuenta con 106 años, para la época de la Restauración, es decir en el 1863, tenía 27 años”.

Entre las muchas cosas que me ha contado este buen viejo, me ha llamado mucho la atención los diferentes sistemas de alumbrados que él ha visto o vivido en el transcurso de sus años, y esto es lo que en esencia me ha movido a escribir este artículo.
Decíame él, que en su mocedad llegó a ver a la gente pobre alumbrarse con fogatas o hachos de cuaba, que para tal fin tenían una piedra plana (laja) un ladrillo ancho colocado en medio del Bohío, en donde era encendida esta madera resinosa, por medio de la cual en la noche podían gozar de la claridad. La gente rica se alumbraban con velas de cera, las cuales blanqueaban y adornaban a gusto, puestas en candelabros o palmatorias de plata, metal plateado o dorado. Los menos pudientes, es decir, los que mediaban entre el rico y el pobre usaban candil o lámpara de aceite de coco o de higuereta, manteca de sebo de vaca, etc. Al que se le apagaba su lámpara o candil, que consistía en una mecha de pabilo de algodón en un recipiente con el aceite, tenía que ir a encenderla en casa del vecino, la más de las veces iban a encenderla a la que había siempre en la comandancia de Armas, la cual era muy grande y nunca se apagaba, puesto que siempre tenía suficiente aceite y mechón muy grueso, estaba siempre muy bien atendida. Corrientemente esto le pasaba a la gente que tenían aderezo, el cual consistía en un pedazo de pedernal, un eslabón de acero y un mechón de pabilo de algodón; su funcionamiento consistía en frotar bruscamente el eslabón contra el pedernal, acercando lo suficiente el mechón para que la chispa desprendida incendiara el mechón, de esta manera se hacía el fuego para encender las velas, las lámparas, hachos, etc. Mucho tiempo después aparecieron los fósforos de tablitas, los cuales venían en forma de peine, eran muy peligrosos, pues a veces se encendían solos y despedían un olor a azufre muy desagradable.

En el 1874, se inició un gran acontecimiento, pues en esa fecha memorable el progresista don Esteban Valencia trajo el Petróleo a esta ciudad (La Vega), un farol grande fue instalado e inaugurado en el centro de la plaza del Mercado que dio origen al primer alumbrado público y particular por este sistema en La Vega; desde entonces se generalizó hasta nuestros días, no habiendo hogar que por humilde que sea, ya en la ciudad o en el campo, no tenga un quinqué. Pero como todas las cosas creadas por el hombre evolucionan, éste evolucionó, y en unos treinta y ocho años atrás nuestro H. Ayuntamiento de entonces dotó a nuestro hermoso parque Duarte de un potente alumbrado de manguito o manteles incandescente por petróleo y aire comprimido, (a estas lámparas se le llamaban farolas). Pocos años después, el licorista puertorriqueño don José García instaló en el “Club Porvenir”, más tarde “Club Unión”, un alumbrado de alcohol y manguitos incandescentes o manteles a semejanza del de petróleo. Por el 1908 al 1909, vino por primera vez el alumbrado de Acetileno (Carburo de calcio), más tarde, por el 1915, nuestro alumbrado público de petróleo fue sustituido por alumbrado de gas acetileno por encargo que nuestro Honorable Ayuntamiento le hiciera al fabricante de aparatos de destilación y de alumbrado de acetileno, don Andrés Teruel, el cual aún reside en esta ciudad; el alumbrado ofrecido por el Sr. Teruel fue a entera satisfacción de la municipalidad de esos días, puesto que era superior al petróleo.

Cuando en el 1887 quedó instalado el ferrocarril desde Sánchez a esta ciudad, un ingeniero de la Compañía ferrocarrilera le encargó a don San Julián fundir un clavo de plata, el cual fue clavado frente a la estatua del más célebre de los hombres progresista del Cibao, don Gregorio Riva Fonder, este clavo clavado por el mismo don San Julián , este ingeniero Mr. Rouser le informó a don San Julián que un norteamericano había logrado meter la luz del relámpago a eléctrica dentro de una botella que en materia de alumbrado era la última novedad, que esta era una verdadera esclava del hombre, pues se manejaba a voluntad, sin necesidad de aderezo ni fosforo, que solo bastaba con apretar un botón y como una sirvienta dócil, aparecía instantáneamente haciendo la noche día, que había sido inventada poco años antes de 1879, por un tal Thomas Alba Edison a quien habían juzgado loco, pero otros le llamaban el mago de Menlo Park. Al tan gratas informaciones, don San Julián le dijo al ingeniero Mr. Rouser mi amigo… ¡Para mi concepto ese hombre es excepcional, es el más inteligente de este siglo! Años después, el Gobierno de Lilís, fue don San Julián a la capital en gira de negocios comerciales y tuvo la feliz oportunidad de conocer el alumbrado eléctrico, que para ese entonces se encontraba instalado en esa metrópolis. Pero no solamente podía quedarse ese gran progreso en la ciudad capital, su difusión se imponía en todo el país; no habiendo ni una sola aldea en el presente que no goce de los magníficos beneficios que nos ofrece la luz eléctrica, aun las carreteras verdaderas arterias de circulación en las más obscuras noches, son rasgadas sus tinieblas por los potentes reflectores eléctricos de los automóviles que en todo momento de la noche circulan apresuradamente.

Para terminar este trabajo, debo hacer constar, que este honorable viejo veterano de la Restauración, también ha alcanzado el modernísimo alumbrado eléctrico fluorescente, debido a la genialidad creadora de George Inman, investigador que trabaja en los laboratorios del General Electric Co, situados en Cleveland. En la actualidad don San Julián cuenta con 106 años, está completamente bien de sus facultades mentales, es un patriota olvidado, tronco de una de las familias más distinguidas del país, es muy inteligente, quiere vivir para admirar el desarrollo de las ciencias en todas sus manifestaciones.
¿Alcanzará otro sistema de alumbrado? No es dudoso, el viejo es de buena madera?”

Dr. Jovino A. Espínola Reyes
La Vega, abril – 1942

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