Constantemente comparamos la vida con diferentes cosas y situaciones, la hemos visto como un ascensor, como un libro, como un viaje en un tren, como un barco en altamar, como un avión en pleno vuelo.
Desde diferentes rincones de nuestra alma e invadidos por los diferentes sentimientos que somos capaces de albergar, calificamos, nos aferramos y a veces hasta renegamos de este breve e intenso espacio de tiempo que es la vida.

A veces nos sentimos muy jóvenes para pensar en ciertas cosas. Dejamos para más tarde asuntos que creemos fuera de tiempo. Nuestro presente lo es todo y no nos permitimos gastar energía pensando en cosas que sentimos lejanas.

No nos detenemos a pensar que a menudo vamos por la vida lastimando, causando dolor y frustración a los demás, a veces a aquellos que más nos aman.

Caminamos erguidos, llenos de orgullo y satisfacción por cosas que logramos, muchas veces pasando por encima de la felicidad y tranquilidad de otros y ni nos inmutamos.

Brillamos con la luz que apagamos a otros y pretendemos que la gloria es toda nuestra. Vivimos de frente a la vanidad y de espaldas a la humildad.

Tenemos mil defectos y pretendemos ocultarlos con falsas virtudes. Somos los principales responsables de nuestros males y a veces de demás, pero nos sentimos víctimas y exigimos comprensión.

Justificamos con mil razones en nuestro accionar, lo mismo que condenamos en el accionar de los demás. Tenemos ojos de águila para ver en la vida de los otros, pero ponemos vendas en nuestros ojos cuando nos piden mirar nuestro interior. Somos inflexibles, implacables ante las fallas de los otros, pero tremendamente indulgentes ante nuestros errores.

A veces es bueno sentarnos en la ventana de nuestra existencia y ver desfilar cada una de nuestras acciones, escuchar una y otra vez las palabras que decimos sin medir la magnitud de su contenido y el dolor que infringimos a quienes se las decimos.

De vez en cuando estaría bien reflexionar sobre el rumbo que llevamos nuestras vidas, tratar de ser honestos y reconocer cuando no estamos actuando de manera correcta. Solo así podremos salvarnos de errores y fracasos que quizás no nos alcance el tiempo para enmendar.

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