No habíamos visto, a lo largo y ancho de la historia planetaria, una enfermedad tan odiosa, inhumana e insensible como el coronavirus, no por la fiebre que la acompaña, no por la resequedad de boca y garganta que impone, no por la impertinente tos que la acompaña hasta en las horas de sueño (si es que te deja dormir), no por la desesperante depresión y el alelamiento que le impone a sus víctimas con esas ridículas mascarillas. No. Lo peor no es todo eso. El más extremo castigo que impone esta aborrecible enfermedad es la odiosa prohibición del beso.

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