Si Usted ha visitado en estos días y horas un supermercado o un mercado, y está enterado del grave momento que vive la humanidad por el COVID-19, lo menos que le provocará el comportamiento de la muchedumbre es un sentimiento de angustia o desconsuelo. O más moderadamente, de desconcierto.
Desconcierto. Después que hemos visto la advertencia del secretario general de ONU António Guterres, de que si se permite la propagación del coronavirus, especialmente en las regiones más vulnerables, morirán “millones de personas”. Y reclama a los gobiernos medidas coordinadas para responder a la emergencia sanitaria.

No es para menos, el coronavirus ha causado ya más de 207, 000 casos confirmados y más de 8,600 muertes.

En Italia, el COVID-19 ha matado a 3,405, personas, 427 nada más el pasado miércoles. Actualmente, es el país con el mayor número de víctimas mortales, por delante de China, donde se han producido 3,245 fallecimientos. El número de casos positivos en Italia es de 33,190.

España pasa por un estado de calamidad, con 17,147 casos confirmados, 767 fallecidos y 939 personas en cuidados intensivos. Y las autoridades temen que lo peor no ha llegado.
Hablamos de los países del primer mundo con mucho más capacidades que naciones como República Dominicana.

Aquí, las autoridades adelantaron el martes un paquete de decisiones. Ayer el Congreso aprobó la declaración del Estado de Emergencia que permite al Poder Ejecutivo escalar sus medidas de prevención y combate del COVID-19.

Pero el mayor problema, el que provoca desesperación y angustia, es que los dominicanos no acabamos de entender, de despertar ante la seria amenaza.

Es muy triste ver cómo la gente se congrega en los supermercados y centros de expendio sin ningún tipo de protección, como si nada estuviera pasando. De mil concurrentes juntos en uno de esos lugares, menos de un 5 % usa mascarillas y guantes, o al menos las primeras.

Asumimos que la gente no está suficientemente persuadida de la gravedad. Y ver cómo se aglomera o hace fila, sin protección alguna, da miedo.

El gobierno, además de adoptar las medidas generales de suspensión de actividades, de cerrarse al mundo, debe impulsar una masiva y apabullante campaña sobre la realidad de la presencia del COVID-19 entre nosotros.

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