De pronto, el mundo análogo ha vuelto a cobrar su obsoleta supremacía: la familia se encuentra o se reencuentra, la naturaleza descansa de los pasos y las acciones depredadoras del hombre, el sentido del dinero se vuelve estrictamente necesario y hasta intrascendente si no hay dónde –tiendas, supermercados, discotecas, bares, espectáculos, cielos abiertos, restaurantes, cruceros, hoteles, etcétera- ni en qué gastarlo. El celular, ese inseparable y loco frenesís -¡increíble!- hasta para los jóvenes se ha vuelto monótono; pues, películas y videojuegos, en tiempos del coronavirus, lo ha desplazado. Sin embargo, dos cosas, a los de mi edad -60-65-, infiero yo, se nos hace difícil: encontrar el tema preciso para dialogar con nuestros hijos –ellos, aunque no todos, como es lógico, viven y hablan, o les interesan temas no análogos o tradicionales, sino sobre los últimos avances científicos-tecnológicos, o cuando no, puras naderías o de uno vaya a saber qué; otros, más ensimismados, si acaso, monosílabos, porque deducen, equivocados o no, que no les entendemos. Lamentable paradoja: el coronavirus, a pesar de la amenaza y los riesgos -de contagiarnos y enfermémonos- nos facilita el encuentro; pero los tiempos, generacionales, nos distancia y casi nos hace mudos.

El otro asunto, es que, los gobiernos, y el nuestro lo está haciendo, están enfocados en preservar las vidas de sus gobernados; y, en consecuencia, tomando las medidas adecuadas, sobre todo, para salvaguardar las de aquellos más vulnerables o necesitados. Eso está bien y es su responsabilidad social y de sanidad pública. Sin embargo, en situaciones como esta, de pandemia, surgen voces, dizque pseudos autorizadas, queriendo “orientar”, trazar pautas y dar recomendaciones publicas desprovistas de aval científico, consiguiendo, con ello, desinformar; o peor, sembrar pánico, o cuando no, hacer que la gente caiga en prácticas de higiene o auto-receta casera que raya en locura-obsesión de que como quiera va a enfermar. Y esa histeria tampoco es sana, pues, si no le alcanza el virus, sin duda, alguna secuela-patología. Por ello, hay que procurar un punto medio: el que las autoridades de salud, autorizadas, pauten y el sentido común aconseje. Tampoco faltan, los mesías políticos (“…en quien confiar…”, ¡Oh Dios!), ávidos de presencia pública-electoral; pero, de recetarios vencidos…

Para terminar, de todas las orientaciones científicas-pedagógicas -no desechables o chatarras- que he escuchado o leído por las redes, la radio, los periódicos y la televisión, han sido las de un médico-científico argentino –dr. Alfredo Mirolli- que, con palabras escuetas y sencillas, nos da una cátedra magistral sobre el virus, sus componentes, períodos de incubación, características, y más o menos el tiempo que estará con nosotros; y lo más importante: ¡No nos alimenta el pánico!

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