Las crisis hacen aflorar lo mejor y lo peor de nosotros, de nuestras sociedades y de nuestros países. Aumenta la solidaridad en la misma medida que el miedo a escala “glocal”. También los debates políticos y académicos como, por ejemplo, el de “los precios abusivos”.

De un lado unos manifiestan estar asombrados “de hasta dónde debe de llegar la codicia en el corazón de algunos para que pretendan aprovecharse de quienes están sufriendo…”

Sin embargo, algunos economistas sostienen que “en una economía de mercado los precios vienen dados por la oferta y la demanda. No existe un precio justo”. Debe dejarse al mercado actuar con libertad, dicen, pues lo contrario “es una expresión emocionalmente potente pero carente de sentido desde el punto de vista económico…” Incluso, que “los precios abusivos le vienen bien a la gente”, y que “los precios a los que se está acostumbrado no son moralmente sacrosantos. No son más especiales o equitativos que otros precios que las circunstancias del mercado pueden propiciar”.

Por otro lado, quienes procuran por controlar el mercado y los precios, más en tiempos de pandemia, plantean que “cuando hay una emergencia, el gobierno no puede quedarse a un lado mientras se les están cobrando precios desaforados a quienes (buscan) cubrir las necesidades básicas de sus familias”. Afirman que cuando un comprador está compelido a procurar un bien básico para el sustento familiar no tiene libertad de elección, cuando quien lo tiene lo vende por encima de su precio normal, razones por las que el libre mercado, de la oferta y la demanda, está afectado por el monopolio y el abuso de los precios altos.

Este debate sobre los precios abusivos, con sus “argumentos a favor y en contra de las leyes que los prohíben giran alrededor de tres ideas: maximizar el bienestar, respetar la libertad y promover la virtud”.

Los argumentos a favor de la libertad del mercado, aún en tiempos de pandemia, descansan en dos aseveraciones: el bienestar y la libertad.

Para estos los mercados promueven el bienestar de la sociedad en su conjunto al permitir incentivos para quienes trabajen duro para suministrar a los demás miembros de la sociedad lo que estos necesiten. También, entienden que el mercado respeta la libertad de los miembros de la comunidad, dejando que estos escojan libremente los bienes y servicios que deseen.

De su lado, quienes se oponen a esta libertad del mercado en momentos de crisis, “sostienen que el bienestar de la sociedad en su conjunto no gana con que se cobren precios exorbitantes en tiempos difíciles”, arguyendo que “todo cálculo del bienestar general ha de incluir las penalidades y sufrimientos de quienes, por culpa de los precios demasiados altos, no puedan cubrir sus necesidades básicas durante la emergencia”. La gente, frente a los especuladores, se indigna. Los rechaza emocionalmente y les produce ira. Los ven injustos y producen, al respecto, “argumentos de la virtud”.

Estos fragmentos no son nuevos, pertenecen a “Justicia (hacemos lo que debemos)” de Michael J. Sandel, 2014, pág. 11-16, y tratan sobre el huracán Charley en 2004.

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