Lo ocurrido el domingo es insólito e imperdonable. Primero, la promoción por las autoridades municipales, apenas días después de haber asumido sus funciones, de una manifestación pagana encabezada por un enajenado prometiendo la salvación y la cura del Coronavirus, es evidencia de la pobreza conceptual a la que degenerado la actividad política. Segundo, la presencia del candidato presidencial opositor Luis Abinader en una actividad pública en Bonao, sin más lógica que la de proyectar una imagen activa sin ningún otro propósito útil al esfuerzo público privado de lucha intensa contra la pandemia, podría ser indicio de que la sensatez y la protección del bien común han cedido a las necesidades del partidarismo.

Ambas actividades, ilegales dentro del marco del estado de emergencia aprobado por el Congreso Nacional, expusieron a la población a un rebrote del COVID-19, que ya ha provocado más de 275 muertos. En situación de normalidad racional, lo que presenciamos el domingo ameritaría un rosario de disculpas y una renovación de compromiso, es decir, la seguridad de que escenas como esas no volverían a repetirse mientras el país se encuentre en medio de una cuarentena, por todos entendida como la fórmula más eficaz y rápida de superar la pandemia.

Tras lo sucedido, me temo ahora, que el Gobierno encuentre obstáculos para obtener el respaldo necesario para lograr en la Cámara de Diputados, lo que ya obtuvo en el Senado: la extensión del Estado de Emergencia por otros 25 días, a partir de este viernes, uno de mayo. Si el interés partidario se impone, y el fantasma de lo que vimos el domingo, domina hoy martes la sesión de los diputados, el camino hacia las elecciones del 5 de julio se haría condenadamente difícil.

Si se pone fin prematuramente al toque de queda, por medio de la eliminación del estado de excepción, dudo que podamos avanzar en la lucha contra el virus y las elecciones.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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