Con perplejidad la gente recibía el pasado domingo unas imágenes desde Puerto Plata, en las cuales aparecía una multitud caminando, algunas personas con los brazos levantados, como si hicieran una plegaria a un ser superior, quizás Dios.
Quien encabezaba la insólita concentración, en medio del estado de emergencia nacional que prohíbe ese tipo de actividad, era un tal Migdonio Adames, el mismo que en 2014 recorrió parte del país con una cruz a cuestas, clamando por la reelección del presidente Danilo Medina.

Ahora, inició un recorrido en las cercanías de Santo Domingo con la proa orientada hacia el Norte, con destino a Puerto Plata, donde el coronavirus se ha asentado con fuerza, lo mismo que ha ocurrido en la Capital y en las principales provincias del país.

A pocos se les puede ocurrir algo parecido. Imaginarse iluminado y emprender un peregrinaje a cuyo término pondrá de rodillas el coronavirus. Un absurdo que solo puede verse en pueblos como el nuestro. ¡Cuánto atraso!

El hombre pasó por Bonao y Santiago, pero sólo concitó “atención popular” en Puerto Plata. ¿Cómo interpretar aquél comportamiento de la gente? Creerse que alguien puede “eliminar” un virus por una “divina intervención”. En su arrebato, él puede creérselo. Pero no el pueblo puertoplateño, que ha vivido en contacto con el mundo, que ha sido cuna de intercambios culturales e históricos, y no podía dejarse arrastrar de esa manera. Resulta lamentable, penoso.

El hombre encontró a unos pobladores dominados por el desconcierto de un mal que ha provocado ya 282 muertes, 13 de ellas en Puerto Plata, donde hay mucho temor. El pánico puede conducir a peor.

Afortunadamente, las autoridades de Salud, ante la multiplicación de los contactos con la loca concentración, dispusieron un cordón sanitario para tratar de contener el daño. No hay que dudar que aumenten los infectados después de la “iluminación” del peregrino de la ignorancia.

El gobierno y todos sus aparatos de prevención y control no han podido explicar cómo ese hombre llegó protegido por una patrulla policial. Deplorable la recepción que le brindó el alcalde, que hasta un equipo de amplificación de sonido le facilitó.

Pobrecitos que somos.

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