La cuarentena prolongada puede afectar la estabilidad emocional, eso lo entiendo, en especial en muchos hogares donde la estrechez de espacio y recursos la convierten en una especie de presidio familiar y un nido de conflictos temperamentales. Pero también puede ser un factor de reencuentro familiar y un espacio para recuperar tiempos perdidos. La buena música puede ayudar a tolerarla.
En las noches de insomnios por el encierro, les recomiendo el Concierto No. 3, para piano y orquesta en re menor, opus 30, de Serguei Rachmaninov. Consta de tres movimientos, un primer allegro en re menor, un intermezzo- adagio en fa menor-re menor y un final “alla breve”, rápido y vigoroso, en re-menor re mayor, al que se entra sin pausa desde el segundo movimiento y en los que se vuelve a los temas de los dos primeros imprimiéndole al concierto una unidad temática impresionante. A pesar de su belleza este concierto no figura en los repertorios de los grandes pianistas debido a sus grandes exigencias técnicas. Los biógrafos de Rachmaninov, dicen incluso que el famoso pianista, Józef Hofmann, a quien el compositor le dedicó el concierto, nunca lo interpretó en público.
El concierto fue posterior al fracaso que representó su primera Sinfonía, concluida en 1895 y estrenada dos años después, a la que Rachmaninov le dedicó mucho tiempo y esfuerzo. Tras ese tropiezo, entró en depresión alejándose de la composición para dedicarse a la interpretación, en lo que se le consideraba como uno de los más reputados de su tiempo. Tras el estallido de la revolución, Rachmaninov abandonó Rusia y se estableció en Paris, trasladándose en 1920 a los Estados Unidos, donde residió hasta su muerte en 1943.
El Concierto No. 3 permite apreciar la belleza y la calidad técnica de este memorable legado musical de Rachmaninov, tanto como en su soberbio concierto No. 2, probablemente la pieza más conocida de su repertorio.