El Día Internacional del Trabajo nos llega en un ambiente lúgubre, que no deja espacio para ninguna celebración. La humanidad está arropada por la COVID-19 que se ha llevado todo. El progreso económico y social, los afanes en pro de la equidad social, congelados al mínimo, con las economías decreciendo o simplemente paradas.
No hay espacio para aspiraciones que no sea la vuelta a la normalidad, a la vida productiva, al trabajo como la mejor expresión de vigor y salud. Retomar nuestras actividades, para restablecer todas las formas que nos vinculan a la vida productiva.

Hoy, todas las energías concentradas en evitar que más personas caigan bajo las garras de un coronavirus con el que la ciencia aún no puede lidiar, y apenas logra arrancar a sus víctimas en duras y largas jornadas.

Pero la humanidad trata de reponerse, de incorporarse frente a este mensajero de la muerte. Los científicos, los médicos y todos los demás trabajadores de la salud protagonizan las grandes batallas.

Los gobiernos, los organismos internacionales, las organizaciones sociales y humanitarias accionan con tesón persuadidos de que mediante el esfuerzo coordinado, con el trabajo creativo de todos, encontrarán los caminos para superar la situación.

Confiemos en que una vez más la humanidad hallará respuestas con espíritu fraterno de trabajar incesantemente para alcanzar lo más deseado por todos: detener la demoledora COVID-19.

Hoy, Primero de Mayo, un día para celebrar el trabajo, la creatividad, los hallazgos de la ciencia, la producción y a sus protagonistas, lo dedicamos a esos grandes luchadores que en todas las áreas libran las batallas para seguir, sin amenazas a la salud, impulsando el bienestar social.

En este primero de mayo, todas nuestras voluntades, energías, capacidades, inteligencias y fe, confiadas en que sobreviviremos y retomaremos nuestras cotidianidades, quizás empujados por mejores perspectivas y paradigmas.

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