Parte 1

Este trabajo, elaborado por el bachiller Arnaldo Cabral, relata la salud y muerte de este gran educador. En el curso de su vida Eugenio María de Hostos estuvo a menudo enfermo; él se quejaba a veces de los trastornos que le producían los cambios de clima relativamente frecuentes, las variaciones de la temperatura. Hojeando sus cartas encontramos algunas que nos dan la idea de sus quebrantos de salud y de su malestar económico.

En carta escrita desde Chillán, en noviembre de 1889, a don Federico Henríquez y Carvajal dice: “estoy tan dolorido de cerebro que no me atrevo a escribir, etc.”; en otra escrita en el mismo año en el mes de diciembre a don Federico Henríquez y Carvajal, también desde Chillán, dice lo siguiente: “No gozo de la salud ni de las prosperidades, etc”, “de salud mal”, “yo que no sabía lo que eran días de postración, los he tenido aunque en pie y trabajando”, “cerebro y corazón me duelen con frecuencia”, “hecho mucho de menos el clima etc.”

En carta que escribe desde New York a don Federico Henríquez y Carvajal dice “por estar un tanto enfermo, etc.”. Y en otra que escribe desde Santo Domingo en el año 1900 al señor Lucas Guzmán en Moca, “mi salud está profundamente quebrantada, etc.”

Se infiere al través de estas cartas, en especial las escritas a don Federico Henríquez y Carvajal, que era su compañero de labor e íntimo amigo, que el señor Hostos, aunque no enfermó de gravedad hasta el 1903 (año en que murió), vivía a menudo enfermo, quebrantada su salud y lastimada su moral.

En las páginas de su diario encontramos pasajes que hablan por sí solos de su salud y de su ánimo. En una página escrita por el año del 1875 dice: “No estoy bien, no duermo, el sueño, que era única fortuna, me abandona también; a veces siento debajo del cráneo, en la envoltura de mi cerebro, una especie de onda eléctrica, semejante a la que he experimentado en mis transportes de entusiasmo, pero lejos de ser agradable es muy dolorosa”. “Durmiendo muy poco y no teniendo más que un sobretodo de verano y unos zapatos infernales para combatir el frío, etc.” “Paseo, al regreso tomo café, es decir, cuando lo tengo. No teniéndolo me hallo feliz de tomar tamarindo, una bebida tropical a propósito para la dispepsia que tengo que combatir, y que preparo mezclando el tamarindo con agua caliente endulzada”.

El 6 de agosto de 1903 escribe: “Me prescriben descanso completo”, esa fue la última página de su diario. Los viajes, los cambios de clima, los pesares y el estado económico, minaron poco a poco la vida y la salud del insigne educador.

Desde el año 1885 aproximadamente, él sufría de trastornos gastro intestinales frecuentes, pero la enfermedad que le molestó hasta el fin de su vida fue una constipación exagerada.

Permanecía en ocasiones hasta siete días sin efectuar una deposición, y esto, a pesar de tomar continuamente tamarindo. El tomaba tamarindo en grandes cantidades, conocidas como eran por él las propiedades de laxante suave de esta fruta.

Sus discípulos conocían su afición por el tamarindo y le obsequiaban con frecuencia grandes potes de conserva de dicha fruta. Además en sus últimos años sus insomnios se sucedían casi a diario, con la natural repercusión sobre su estado general.

El día 6 de agosto de 1903 comienza la enfermedad que le llevó a la tumba, o mejor dicho, el cuadro dramático que le postró para no levantarse más. Le asisten los doctores Francisco Henríquez y Carvajal, Arturo Grullón y Rodolfo Coiscou. La opinión de éstos estuvo acorde en que su enfermedad fue más moral que física.

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