Con Arturo Grullón y Tuto Báez, Bautista Gómez formó el primer núcleo importante de artistas santiagueses

Juan Bautista Gómez tenía aspecto de papa africano, de sonrisa escasa y risa ausente, mezcla del Tícher Tolentino (antiguo profe de Inglés del U.F.E.) y Miguel Jiménez (folklorista y gestor cultural). La seriedad y rigidez eran como un traje oscuro llevado en la penumbra desde donde sus alumnos le oían rugir. Así, “El León” entraba en las aulas y sus presas inmóviles acataban al pie de la letra sus enseñanzas de dibujo en la Escuela Normal después que se mudara desde la Calle del Sol con Sebastián (30 de marzo) al local que construyó la Logia No. 5 y que iba a ser un manicomio (actual Onésimo Jiménez). Los terrenos de esta construcción que llevó el nombre de U.F.E. fueron donados por él cuando vivía en el Tejar que es una callecita (Manuel Batlle) que parte del cuartel de la Policía del Sol con Juan Pablo Duarte, hasta las tres cruces por donde Juan Brisso fabricaba tejas antes de que llegara el zinc, allá por el 1872. Y las tres cruces no están ahí para recordar la muerte de tres compadres, sino para indicar el inicio de la ciudad después que fue destruida en Jacagua.

El Santiago de Bautista Gómez es el mismo, o casi, que se describe en el libro de Pedro Batista y que él dividió en cuatro cuarteles o zonas trazando una cruz por las calles San Luis y Sol. Para ser tan chiquito ya tenía ocho periódicos, los que para 1915 fueron opacados por la aparición de La Información, cuyos pregoneros se confundían con las voces de los 17 vendedores de billetes y los más de cien aguateros que les rompían la siesta a sus moradores. Los aguateros y su fundador, don Macario Gómez, quizás pariente del pintor, se abastecían en el Yaque para abastecer la ciudad con cuatro latas por burro al precio de un centavo la lata.

Los 19 talleres de alambique de 1904 ya se habían duplicado cuando Bautista Gómez fundó en 1920 su Academia de Pintura o atelier, Rosas con Unión (16 de agosto con Cuba) donde tenía su escuela y galería. Se constituyó con Bautista Gómez, su antecesor Dr. Arturo Grullón y Tuto Báez el primer núcleo importante de artistas santiagueses.

Cuando era un jovencito, Bautista Gómez se benefició de su parentesco cercano con el General Teodoro Gómez, quien tenía su almacén de tabaco en la calle del Comercio (España) y cuya actividad antililisista le había ganado el prestigio político de las nuevas autoridades como para recomendarlo como cónsul en París. Teodoro había sido capitán en las Guerras de Restauración y cuando intentó crear un núcleo contrario al Presidente Heureaux, éste se le presentó solo, amarró su brioso caballo del framboyán que quedaba en medio de la calle (y que existe al final de la Cuba), tocó la puerta y con unas cuantas morocotas lo apaciguó. Más luego le dio el título grandilocuente de Jefe de los Bomberos y mucho más tarde, ido Lilís, de Gobernador.

Cuando Juan Bautista llegó a París entendió la palabra BURAUCRACIE en medio de una bohemia artística que revolucionaba todo el arte y que superaba al impresionismo.
Picasso, Braque, Modigliani, Matisse, Gauguin… dominaban el ambiente pictórico, cosa que a Bautista Gómez no le interesó. El Louvre con Ingres, David, Corot, Courbet, Delacroix, Gericault le inspiraban más que ese corte abrupto con la tradición académica que se puso de moda. Cuando conoció a Diego Rivera, no mantuvo una amistad por considerar al mexicano como un buen “jabladoi” que apagaba el Sol a sombrerazos limpios después de varios tragos de “Absinthe”, un charlatán, comelón y mujeriego.

Una vez en el Louvre, Juan Bautista Gómez estudió, con decenas de bocetos, la obra de Gustave Courbet, que a la sazón era parte de los atractivos, principalmente con dos obras: “Un enterrement à Ornans” de 1849 y, “L’atelier” (1955) donde aparece el escritor Charles Baudelaire en un extremo del cuadro leyendo. Estos trabajos marcaron el realismo en las artes. Sus ideas de pintar al aire libre lo llevaron a hacer grandes excursiones, lo que impregnó a los impresionistas y al joven Gómez, quien repitió la experiencia con sus alumnos en las orillas del río Yaque. Allí, se mezclaban con las mujeres que llevaban sus líos de ropas envuelta en sábanas, prendían un fogón improvisado con tres piedras y leña de los alrededores, donde ponían sus latas a hervir para que el sucio saliera más fácilmente. Se enteraban de los mejores chismes, los cuernos, robos y hasta comían de los zambumblios que ellas preparaban, pues era trabajo de una jornada. El pupilo más adelantado, Yoryi, las descubrió y eternizó en sus cuadros.

Las fiestas de París eran interminables, pero la sangre patriótica de Gómez le impedía que se contagiara en burdeles y en las terrazas del Moulin de la Galette o en los espectáculos de Can-can del Moulin Rouge, del otro lado del Sena, al pie de la Catedral de Montmartre.

Como cónsul, Bautista Gómez no hizo nada, como era normal. Él estaba allá para aprovechar las buenas influencias y adquirir una formación artística, cosa que entendían los políticos de entonces y de los que los actuales debieran aprenden para no maltratar a los artistas de talento. Las botellas no dan fruto, y menos las vacías. Bautista Gómez lo demostró cuando volvió. Sí, cuando Europa se cubrió de un aura de guerra antes del 1917, nuestro pintor se apresuró a volver a su Santiago de tabaco y alambiques… ¡Assez ! Al llegar, Yoryi vivía en una casona de madera de dos pisos donde está el restaurante Pez Dorado.

El asombro de Bautista Gómez a su regreso de París fue tremendo. Encontró un Santiago nuevo, iluminado por la electricidad que se generaba en una pequeña planta del aserradero de los Espaillat en la Cuesta Blanca; pero también encontró que en la Fortaleza San Luis ondeaba la bandera de la ocupación. La Habanera de Ricardo Sölner, en el frente de la Fortaleza, había cambiado de nombre por Tabacalera, con una producción de cigarrillos envueltos en papelitos de arroz que el esnobismo citadino mostraba a los que seguían con sus pachuchés y cachimbos. Por las calles circulaban algunos carros que venían a espantar los caballos de los coches ya existentes.
Por ese entonces Juan Antonio Alix se despedía de este mundo, después de vivir una vida de fuñendas y burlas que divirtieron a todo el mundo. Las quinceañeras del Centro de Recreo festejaban lo que fuera para atraer novios de familias pudientes.

Con cuarenta y dos años Juan Bautista vuelve a su país y necesita trabajar. Ya Don Teodoro no puede ayudarle, la función pública está en manos de los “americanos” y por eso decide abrir su escuela de pintura que es lo que él sabía hacer. Un encuentro con Sergio Hernández lo entusiasma para impartir docencia en el Liceo. Una vez contratado e incluido en el cuerpo docente del U.F.E. su producción pictórica se redujo para seguir el mismo camino del Dr. Grullón, más dedicado a sus cirugías que a plasmar los paisajes cibaeños, lo que le ocurrió también al Dr. Quico Morel.

De 1920 hasta el 1940, en que se va a New York, Bautista Gómez se desempeñó como profesor de dibujo en el Liceo U.F.E., en su Atelier, como fotógrafo, escultor (realizó un busto imponente de Manuel de Jesús De Peña y Reynoso) y hasta como barbero.

La llamada Escuela de Santiago surgió de La Academia de Bautista Gómez y siguió sus pasos. Tanto Yoryi como Izquierdo fueron alumnos avanzados. En escultura tuvo el honor de formar a Don Joaquín Priego, conocido por los bustos a los restauradores que le dieron un toque de solemnidad a la entrada este del Monumento. Hoy día nadie sabe donde están, salvo un molde en yeso de Gaspar Polanco en la Fortaleza San Luis. El otro escultor lo fue López Glass, pariente de José Manuel Glass, quien se ocupara de la Barca de Borbón, único medio de cruzar a la otra Banda. En el campo de la fotografía orientó a Santiago Bueno (Chago) y al Dr. Federico W. Lithgow. El Dr. Salomón Jorge aprovechó los conocimientos del maestro para su formación de dibujante como se aprecia en su libro “Espiga”.

Para 1894 el gobierno de Lilís se preparaba para inaugurar varias obras importantes para Santiago: La Iglesia Mayor (1895), el Palacio Consistorial o Ayuntamiento (1897), la Estación Marte del Ferrocarril Central Dominicano (1897, donde están los bomberos) y el Cementerio que tenía pocos muertos y un zacateca. Para la Iglesia se buscaron los servicios de Don Paco Fernández y de Mon Echavarría para hacer el altar y el púlpito. Para los murales de la cúspide se contrató al joven Juan Bautista, quien sentó a varios locos que deambulaban por el mercado para que le sirvieran de modelo, que le representara a los evangelistas Marcos, Lucas, Juan y Mateo. Quizás uno de esos personajes fue el propio Juan Antonio Alix, cuyo parecido con San Mateo da lugar a la sospecha.

El frío y la nostalgia de New York detuvieron el curso de su vida en 1945, aunque esta siguió agitada como lo narró Rodriguito en su cotidiana comedia radial.

Sus obras “El Puente de Nibaje”, “Paisaje del río Yaque”, “Retrato de Príamo B. Franco”, muestran con claridad su habilidad como pintor impresionista.

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