En occidente inventamos un lugar de castigo por obrar mal mientras estamos vivos. Primero como sufrimiento y expiación, pero no exento de goce y divertimiento, llamado Hades. Después, lo transformamos solo en sufrimiento y desdicha, y para colmo, eterno, con el nombre de infierno.
La cultura greco romana, origen de todo lo occidental o de casi todo –culturalmente hablando-, tenía unos guías para quienes iban al Hades, que incluía un viaje en barco, o bote, para cruzar la laguna estigia, que Dante llama Aqueronte en la Comedia.

Primero el Dios Hermes, demás está decir que había dioses para todos los gustos y colores, llevaba las ánimas hasta la orilla de la laguna, donde eran recogidos por Caronte, el barquero. Este los cruzaba previo pago, por esto era costumbre entre los griegos enterrar a sus muertos con una moneda dentro de la boca.

Y en este camino hasta el Hades, y aún en él, los griegos, maestros de la palabra, tenían diálogos inteligentísimos que son todo un deleite de los sentidos.

Luciano de Samósata, reproduce algunas de estas conversaciones con fino ingenio y eficaz ironía, en el “Diálogo de los muertos”, texto que debió ser el precedente seguro del no menos original y mordaz “Dialogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”.

Samósata refiere treinta diálogos breves con una profunda vocación provocativa. En el primero de éstos, entre Diógenes y Pólux, el filósofo le dice al hijo de Zeus, antes de que este resucite, que le diga a Menipo el Cínico que allí en el Hades no podrá parar su carcajada “sobre todo cuando veas a los ricos, sátrapas y tiranos, a cual más humilde e insignificante, sólo diferenciándose del resto por sus gemidos, debilitados por su escasa hombría y vileza que les hace recordar constantemente los bienes terrenales”.

Evidentemente, este acto de renuncia a los bienes terrenales, tan estoico, luego fue asumido por el cristianismo, pero quizás con un fin político distinto: sumisión y resignación aquí en la tierra, aguanten: que la vida eterna les pertenece.

Pero siguiendo con Diógenes, a los ricos les manda a decir “que por qué razón se comportan como necios guardando toda su fortuna bajo llave, y (…) calculando intereses y amontonando talentos si tarde o temprano vendrán aquí con tan sólo un donativo” (la moneda en la boca para cruzar el lago…).

Diógenes no se detiene allí, “a los pobres –que son muchos, hombres descontentos por su mala fortuna y que lloran lastimosamente su pobreza-, diles de mi parte…que ya no se lamenten más, pues aquí podrán contemplar cómo los ricos se encuentran al mismo nivel que ellos”.

Y dejo aquí el diálogo por razones de espacio, con la promesa de continuarlo si algún improbable lector quisiera. Ahora bien, si en el mismo cambiamos algunos términos, por ejemplo: rico por político o corrupto y algunos nombres griegos por otros nuestros, tendríamos un diálogo como redactado en gran medida pensando en nosotros, los pobres dominicanos que no tenemos la mayoría ni la moneda para pagarle a Caronte!

!Ah, la vida!

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