En la medida que la vida retorne a la normalidad, como quiera que sea que la llamemos, con distanciamiento social o sin él, si es posible; con medidas económicas para evitar el colapso de la economía; con un resurgir de la producción, el comercio y el turismo, miles sin empleos, otros en peores condiciones que antes del virus. ¿Habremos olvidados los que han pasado hambre? ¿Ya no será necesario salir a los barrios a repartir comida? ¿No existirá toque de queda? ¿Las cifras del contagio irán disminuyendo? ¿No tendremos toque de queda, que unos violan mientras otros, como debe ser, son obligados a estar en sus casas, arrestados y multados?
¿Cuáles cambios diferentes a los sanitarios observaremos en el comportamiento de los ciudadanos? ¿Exigirán mucho más a las empresas aquellos colaboradores que cobraron sus sueldos completos o parciales sin importar las condiciones económicas por las que atravesarán por mucho tiempo las empresas, pero sin recibir ingresos?

¿Cambiará el sistema político hacia uno más transparente? O como dice Bernardo Vega “llevamos veinte años bajo los gobiernos del PLD, donde ha abundado la corrupción y no hay ningún culpable que de eso esté preso…votar por el PRM…. los gobiernos del PLD manejan bien la economía y no es momento de cruzar río”. Es como aquella canción: la vida sigue igual.

Hemos visto distintas formas de solidaridad. Una, como indican los que ahora, que para vender tu producto debes muchas veces gastar en solidaridad, los que inviertes en campaña publicitaria para que todos te conozcan como buen samaritano. Otra forma, la más humana, es aquella que reza: “que lo haga tu mano derecha no lo sepa la izquierda”.

Para mí, siempre los más solidarios son los excluidos de la sociedad; es aquel que necesita de un empleo, de comida, hogar, educación, salud, seguridad que nunca ha tenido y que hace más crítica en estos momentos, esos son los verdaderos solidarios, los que reparten lo poco que les llega y sueñan con una mejoría que no les permite la corrupción y la evasión.

Gabriel García Márquez decía: “La ingratitud humana no tiene límites”; Platón “La razón y el valor siempre se imponen a la traición y la ingratitud” y Carnegie, con mucha razón decía algo como: esperar gratitud de la gente, es desconocer la propia naturaleza humana. Al igual que la frase que dice que “el gobierno ni agradece ni guarda rencor”.

Eso no nos debe mover ni a mantener las cosas, como dice Bernardo, porque el mundo tiene que cambiar para mejorar y esta crisis sanitaria es el mejor ejemplo de que no pueden unos tener de todo sin trabajarlo y los que lo trabajan deben ser solidarios y compartir su éxito para que otros puedan gozar de lo más mínimo de una sociedad.

¿Podemos seguir viviendo en un mundo donde más de mil millones viven en la mayor de las pobrezas imaginables? ¿Cómo es posible dormir cuando miles de mujeres, hombres y niños tienen como único hogar conocido la calle? ¿Podremos seguir llevando estadísticas de los niños que no los dejan nacer o aquellos que se van a pocos días por las condiciones en que nacieron?

Cuando las personas asumen posiciones de poder y privilegios se olvidan de los más elementales principios cristianos. No podemos seguir permitiendo, luego de una crisis como la actual, que nuestra posición en la sociedad sea lo que guíe nuestra atención y apoyo al sistema.

Nunca olvido a mi querido profesor, el Padre José Luis Alemán, quien decía que éste era un país huérfano de teoría económica. Pienso que es huérfano de mucho más y seguro que estaría de acuerdo conmigo. Es huérfano de políticos, que como dijo John F. Kennedy “no pienses en lo que tu país puede hacer por ti, sino en lo que tú puedes hacer por tu país”; o un país que, como decía Martin Luther King “que tenga un sueño”; o como decía Franklin D. Roosevelt “no hay peor miedo que el miedo mismo”.

Hay que practicar la verdadera solidaridad, no aquella de dar para conseguir votos, reconocimiento social, galardones. Tiene que ser la solidaridad que tiene preferencia por el marginado, por el enfermo, por la viuda, por el huérfano. Terminar con la marginalidad es caminar hacia una verdadera liberación y el poder no puede ser usado para impresionar o presionar, todo lo contrario, es para crear una igualdad y sentimiento de seguridad en los que tantos los necesitan.

De no ser así, lo que habremos aprendido de esta pandemia es más de lo mismo: individualismo, egoísmo, hipocresía, deshonestidad, lo contrario por la compasión de los que más necesitan; seguiremos con un individualismo que nos evite reconocer la opresión y hacer cambios sistémicos que mejoren a los sectores más deprimidos. Si no cambiamos, entonces no podremos decir que después de la pandemia logramos una sociedad menos injusta.

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