En nuestro medio circundante, cabría contarse con un sistema educativo donde haya engarce entre sus niveles de enseñanza para que la escolaridad preparatoria sea la plataforma conducente hacia la coronación de los estudios superiores. Así, el sujeto aprendiz durante la formación previa habría de recibir las orientaciones didácticas pertinentes, en aras de discernir sabiamente sobre la carrera universitaria que le permita desarrollar las condiciones innatas en provecho propio y en beneficio de la sociedad, en cuya estructura interna le va a tocar prestar los servicios profesionales solicitados, ora en la esfera privada, o bien en el espectro público.

Ello sabido, vale decir que en el lar nativo nuestros discentes carecen de luz suficiente para descubrir la carrera que sea cónsona con lo que suele llamarse vocación. Luego, el alumno desorientado tiende a ingresar a la universidad, donde termina eligiendo una opción profesional como medio proclive hacia el ascenso social, interés crematístico y prestigio academicista, o puede decantarse hasta por influencia parental, lo cual denota en esencia motivación extrínseca, pero todo esto quizás quede lejos del talento o ingenio natural de tal sujeto cognoscente.

Desde el ámbito del profesionalismo jurídico, el porqué de esta elección raya en lo mismo, ya que los alumnos muestran propensión hacia la otrora jurisprudencia, impelido por motivación extrínseca, en tanto que semejante inclinación surge, ora por granjearse honor, prestigio o dinero, o bien por el interés de insertarse en la función pública. Incluso, el imaginario popular se atreve a retrotraer un aserto paremiológico de antaño, cuyo contenido resulta risible, por cuanto sugirió que hasta alguien inservible en nada, debía entonces estudiar derecho.

Frente a tal aserto anecdótico, cabe acotar que en puridad se trata de un dicterio inmerecido para el profesionalismo jurídico, por cuanto el derecho u otrora jurisprudencia constituye una disciplina filosófica o científica de antigüedad milenaria, cuyo objeto cognoscible suele ser tan volátil que obliga al jurista a tener que estudiar perennemente, en pos de evitar que su saber quede anquilosado en tiempo remoto, lo cual implica aprender y desaprender como imperativo categórico de su propia existencia.

Entre anécdota y paremia, surge como verdad perogrullesca que toda persona posee sindéresis para tomar decisiones, tal como elegir dentro de varias opciones académicas la ciencia o arte que desee profesar durante su vida entera, pero semejante aserción no es un criterio dotado de absolutez, ya que la realidad circundante suele arrojar ejemplos demostrativos de que a cada regla le corresponde su excepción. Así, cabe cuantificar cifras asombrosas de deserciones y cambios de carrera en el registro estudiantil de cualquier universidad.

De vuelta con nuestro tema, ahora conviene apoyarse en Anthony Kronman, jurista estadounidense, quien, tras abrevar en el pensamiento filosófico, ha enarbolado la fenomenología del buen juicio, cuyo contenido teórico versa sobre empatía y desapego, elementos bivalentes que entran en el proceso deliberativo para tomar cualquier decisión. Como primer paso, hay que ver la cuestión en cercanía. Luego, mirar todo en lontananza. Y de ahí suele surgir la mejor elección.

De lo dicho hasta aquí, urge destacar que cualquier persona inclinada por estudiar derecho debe tener buen juicio, pues constituye una cualidad intrínseca del futuro jurista, virtud esencial para todo aquel que vaya a interaccionar de por vida en la comunidad jurídica, aparte de que tal rasgo distintivo del profesante de la otrora jurisprudencia denota integridad, característica que suele entenderse como el temperamento impregnado de armonía espiritual, resultante de la aplicación del criterio razonable durante la culminación de un proceso deliberativo.

En apretadas síntesis, cabe decir que el porqué del profesionalismo jurídico radica en puro decisionismo, ya como jurista practicante de la abogacía, ora como jurisconsulto, o bien como letrado o servidor público en la magistratura, a través del proceso deliberativo como método de trabajo, entre cuyas técnicas sobresalen argumentación e interpretación jurídicas, pero ante todo para adquirir pericia y criterio razonable este egresado universitario tiene que aprender a vivir dentro de los ideales del derecho, por cuanto así quedan dadas las condiciones proclives hacia el desarrollo del buen juicio o prudencia, máxime tratándose del juez que asume la responsabilidad de propiciar la fraternidad política en la estructura interna de la sociedad, lo cual suele lograr mediante juzgamiento empático y ponderación neutral frente a los contendientes, en busca de hacer justicia.

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