En la Habana Vieja está una pequeña casita donde nació el prócer cubano

En La Habana Vieja existe una casita minúscula que parece de muñeca donde nació José Martí. Si estás en el frente del Capitolio, caminas por la calle Brasil dos cuadras y al llegar a la av. Bélgica dobla a la derecha hasta llegar a la Estación de tren. Frente a frente, en la callecita Leonor Pérez (en honor a la madre de Martí) está la casa, la más grande de la ciudad. En bicicleta todo se encuentra fácilmente.

La vida de Martí fue un aprendizaje continuo, donde no hubo el mínimo desperdicio de tiempo, como si él supiese que su vida iba a ser corta. De la mano de Mariano, su padre, y del escritor Rafael María de Mendive, su profesor, adquirió los conceptos básicos de la educación cuando ya en él germinaba su espíritu de rebeldía por los abusos de los españoles que maltrataban y sometían a la población… y por la esclavitud inaceptable.

Martí viajó muchas veces por decisión propia y otras obligado y condenado. Desde que se inició la guerra del 1868 y con 15 años se interesó en participar en la liberación de su Patria y su arma principal fue su pluma usada ya como periodista, escritor o docente.

La producción literaria de Martí es vasta y ha sido publicada en 27 volúmenes que abarcan sus ensayos periodísticos, sus escritos políticos, cartas, poemas, novelas y teatro.

Al conmemorarse en noviembre pasado (2019) los 500 años de la Habana, Martí fue ratificado como su hijo más ilustre, destacado e influyente de Cuba.

Con la formación del Partido Revolucionario Cubano se fortaleció la conciencia de independizar a Cuba de la colonización española, algo parecido con lo que ocurrió aquí con la Restauración, cinco años antes de que se inicie la revuelta cubana al frente de Carlos Manuel Céspedes, Antonio Maceo, Máximo Gómez apoyados en el ejército mambí.

Nos visitó Martí en 3 ocasiones y siendo Ulises Heureaux el Presidente (1882-1899): 1892, 93 y 95 buscando solidaridad que siempre halló. En el 95 fue recibido como invitado de honor en Santiago y antes de partir tuvo su célebre encuentro con Gómez en Montecristi y la firma del “Manifiesto”. Recibió el apoyo material del Presidente Lilís y salió hacia las montañas del este cubano hasta llegar a Dos Ríos donde, ya unido al Ejército de Liberación, fue emboscado y asesinado.

No hay en toda Cuba una sola escuela que no tenga un busto de Martí, así como numerosos parques que le rinden homenaje permanente. Indudablemente que el “Memorial José Martí” en la Plaza de la Revolución es el más imponente, donde se reúne la más extensa recopilación de textos e historia personal del patriota que se complementa con los documentos inéditos que resguarda la Biblioteca Nacional José Martí, en la misma Plaza.

El Memorial tuvo como autores al arquitecto Aquiles Maza y al escultor Juan José Sicre y a diferencia del Monumento de la Restauración de Santiago de los Caballeros, aquel fue construído con el propósito de honrar la memoria del patriota. En cambio, aquí ningún gobierno se ha dignado a realizar un monumento específico para nuestros héroes restauradores. No es lo mismo coger prestado uno que fue erigido por Trujillo con otros fines.

En el Parque Central, frente al Hotel Inglaterra que data de 1875, se encuentra la escultura en mármol de José Vilalta de Saavedra en reemplazo de la de Isabel II en 1899. Fue develada en ceremonia de 1905 encabezada por Máximo Gómez y el Presidente Tomás Estrada Palma.

Por la dimensión humana e internacionalista Martí ha sido reconocido en todos los países de América latina. Una de las más importantes esculturas es la realizada por Anne Vaughn Hyatt Huntington a partir de una imagen del pintor cubano Esteban Valderrama. La escultura era un regalo para Fulgencio Batista, pero como tuvo que salir huyéndole a los barbudos, se inauguró en el Central Park de New York en el 1965. Solamente en el 2018 se llevó una réplica que fue colocada frente al Museo de la Revolución y donde ningún guía sabe quién la realizó, porque no se ve la firma por ningún lado y por la burocracia.

Dos bustos adquieren la categoría de obras maestras por su fina factura y fuerza del terminado: la primera realizada por el cubano Enrique Angulo y que fue donada a la ciudad de Cádiz en el 2001 y la otra del maestro Alberto Lescay del que ya escribiéramos a propósito de una escultura a Maceo en Puerto Plata. Esta de Martí se encuentra en el Boulevar Louis Blanc en Montpellier, Francia.

En Santo Domingo fue colocada una escultura de Martí muy parecida a la del Memorial de La Habana en la rotonda de la Av. De los Próceres (prolongación Lincoln) esquina Av. Colombia donde una diagonal une el Jardín Botánico con Intec. Existe otra en Montecristi, que data de 1992, creada por los cubanos Juan Narciso Quintanilla Álvarez y Javier Trutié Parra.

José Martí nació el 28 de enero de 1853 y es, quizás el intelectual más fecundo y claro de América latina. Dedicó su corta vida a conquistar la soberanía de su Patria en un momento de la Historia en que Europa tuvo que retirarse de todo el continente por las continuas luchas independentistas que siguieron luego del “mal ejemplo” de Toussaint Louverture en Haití en el 1804. Este “mal ejemplo” le costó al vecino país pasar de ser la colonia más próspera del Caribe al país más pobre, aislado y rechazado del continente. Ese “mal ejemplo” nunca le fue perdonado como tampoco se le perdonó a Cuba, el otro “mal ejemplo” de mediados del siglo pasado, cuando los Estados Unidos habían reemplazado a España en dominio del territorio.

Duarte nació en el 1813 y se sabe, por los papeles del historiador Emilio Rodríguez Demorizi, que Martí conocía del empeño del patriota dominicano y más aún cuando siendo director del periódico Patria, recibió una petición de Máximo Gómez para hacer un llamado de recaudación de fondos que sirvieran para erigir una escultura al prócer trinitario. Todo lo concerniente a Martí en Santo Domingo, aparece en el libro de Demorizi que lleva ese mismo nombre. Enero es pues el mes de ambos al nacer uno el 26 y el otro 28 con 40 años de distancia en el tiempo. Cuando murió Duarte en 1876, Martí apenas contaba con 23 años de edad.

La Habana, a pesar del aislamiento, muestra una arquitectura única, variada y vasta que en sus 500 años reluce y se recupera poco a poco, aunque tome tiempo volver a los años dorados cuando existían la URSS y tuvo que hacerse una campaña contra la obesidad. En realidad, existen dos épocas doradas: aquella dominada por los casinos y La Mafia de New York y Chicago y la mencionada anteriormente.

Quizás lo más reluciente de La Habana sea el aparente congelamiento del tiempo cuando todavía circulan miles de vehículos de los años 60, el entusiasmo de la gente y la presencia de Martí que sigue en cada rincón de la ciudad.

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