En momentos en que se asienta la revolucionaria impronta de la Era Digital, transformando la producción, las ciencias, el arte, las comunicaciones, la política y la cultura en general, llega la pandemia del coronavirus a poner al desnudo las carencias sistémicas de gobiernos y sociedades de todo el Planeta.
En este 2020, y como parte del mundo, República Dominicana está compelida a redefinirse ante nuevos retos y desafíos, y de pasar el mando a nuevos actores, capaces de asumir los nuevos paradigmas, y guiar al país en los nuevos escenarios que se plantean.

Grandes disyuntivas en el Norte, flujos de cambio provenientes desde Europa, crispaciones en nuestro entorno geopolítico más cercano, imponen a República Dominicana y a su gente transformaciones urgentes.

El viejo esquema de un crecimiento económico que en más de medio siglo no genera equidad ni desarrollo, que ha fosilizado las instituciones republicanas y el malogramiento de la democracia, en todo el período que viene desde el ajusticiamiento del tirano Trujillo, ha llegado al punto de colapso bajo el gobierno del Partido de la Liberación Dominicana.

Caracterizaciones puntuales del agotado modelo de gobierno del PLD son las desatadas oleadas de corrupción, el establecimiento de un régimen de impunidad que protege el delito en las élites políticas.

0Un modelo de gobierno que ha llevado al deterioro extremo servicios tan básicos como la salud y la educación públicas de calidad, ausencia de seguridad social, delincuencia común y crimen organizado desbordados, secuestro del sistema de justicia por el partido de gobierno, inexistencia de independencia de los poderes del Estado, y entronización de un Estado elefantiásico y parasitario que se traga los tributos públicos y mantienen al país al borde de la ingobernabilidad social y política.

Consecuencias de las erróneas políticas públicas son la desatención y el desprecio de apoyo sostenido a las fuerzas productivas por parte de un gobierno que, en vez de incentivar, obstaculiza la competitividad del capital, y derrocha en clientela política los recursos que deben servir al mejoramiento de otros servicios públicos tan elementales como provisión de agua potable y corriente para los hogares y el trabajo, un servicio eléctrico que se ha hecho inmanejable, además de generar déficits fiscales que han hipotecado el presente y el futuro del país.

Un modelo corrosivo

En diciembre de 2016, apenas a 6 meses de que el presidente Medina impusiera su reelección acotejando la Constitución a sus deseos y en base al abuso de los recursos estatales, estalló el escándalo de Odebrecht, en el que República Dominicana ocupó el segundo lugar entre todos los países que conformaron el entramado de sobornos, tráfico de influencia, campañas electorales y contratación de obras públicas sobrevaluadas.

Desde entonces la corrupción estatal se ha mantenido en la picota, pese a que el gobierno del PLD ha logrado mantenerla fuera de los tribunales. El pueblo se ha mantenido rechazándola de manera firme, como en las telúricas marchas verdes de principios y hasta mediados de 2017, y en la encuesta Greenberg-Diario Libre de apenas hace tres meses cuando el electorado la elevó a principal motivo de preocupación.

Asiduamente ranqueado el país en los primeros lugares a nivel mundial o de la región, por los organismos internacionales que miden la corrupción administrativa, bajo el gobierno del PLD la corrupción se ha convertido en un mal endémico.

Y a diferencia de lo que pudiera pensarse, lo peor de la corrupción no es el dinero que se roba, despojando al pueblo de recursos que faltan para atender necesidades de subsistencia, lo más grave es el envilecimiento que pervierte la conciencia social y nos reduce la capacidad de valores y conductas necesarios para reformularnos como un país más sano y constructivo.

Llega el Cambio

Este domingo el pueblo tiene una gran oportunidad de decidir si continuamos desperdiciando todo el potencial que hemos demostrado tener, para convertirnos en un país próspero, moderno y de igualdad de oportunidades y justicia para todos.

Luis Abinader puede exhibir toda una trayectoria de honestidad, pese a cualquier campaña sucia que puedan hacer quienes, incapaces de aceptar las reglas del juego democrático, se resisten a asumir que el pueblo ya no los quiere más.

Sus propuestas de cambio, ha informado, entran en vigencia desde el mismo 16 de agosto, y consisten en primer lugar en llevar al país a superar la epidemia del coronavirus, en lo que fracasó el gobierno del PLD, sentar las bases del fortalecimiento institucional y democrático, junto a una reactivación de la economía e iniciar junto a la sociedad un moderno proceso de desarrollo económico, social y humano.

Sobre esa base inicial estaría el país entrando a un proceso de redefinición estratégica para desarrollar una etapa de relanzamiento de todas sus potencialidades, insertándose en auténticas sendas de desarrollo y bienestar.

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