Una parte de la campaña ha empezado a correr por el penoso camino de la maledicencia, en una combinación de situaciones para dañar a una y otra parte. Nada positivo en un proceso de supuesta construcción democrática.
Parece una condena inevitable de las campañas electorales dominicanas, que pueden comenzar muy cristianas pero siempre terminan en las hogueras del infierno, con “realidades” increíbles sobre el contrario como para descalificarlo de por vida.

Antes lo fue el comunismo o estar al servicio de alguna potencia. Era como ser condenado a la perdición total. Ahora se siembra la desconfianza sobre los valores que sustentan los candidatos o sus entornos.

Se busca ganar la buena voluntad de las capas sociales más ignaras o prejuiciadas acerca de determinados valores, mediante males artes. Entran en juego criterios sobre la familia, la religión, la nacionalidad, los derechos fundamentales, en fin, cualquier cuestión que se considere un eje clave que impacte el limitado imaginario de esa gente.

La vía preferida lo fue en el pasado el rumor ciego, a base de su multiplicación de manera exponencial, mientras más circulara, mejor. Ahora existe un campo insondable en las redes sociales, donde se vierte toda clase de infamias presentadas como verdades absolutas.

A medida que se acerca el día de las votaciones, la sociedad es sometida a un asedio por partes interesadas en la búsqueda de la anulación del contrario.

Nada se edifica de esa forma. Muy al contrario, es como si se sentaran las bases para llegar al día de las votaciones con el nivel más alto de daño al contrario, o en otro sentido, con un alto fanatismo en las propias filas.

Pasan a segundo plano todas las propuestas pretendidamente programáticas presentadas durante la campaña, para simplificarlas en la más voluminosa carga de pasión y odio, descalificación y rechazo del contrario.

Pero los promotores de las llamadas campañas sucias olvidan que cada vez más las sociedades aprenden a distinguir entre lo cierto y lo falso, entre lo ficticio y lo real, entre lo lógico y lo absurdo.
Los dueños de la campaña deben persuadir a la gente de que sus propuestas son las mejores, sin pretender mediante el descrédito descalificar al contrario.

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