El presidente Danilo Medina anda confundiendo muchas cosas, y todo porque en el hondón de su conciencia le retumba que por decisión popular Luis Abinader será el próximo Presidente de la República, y que se fue a pique su pretensión de continuar en el poder vía el interpósito Gonzalo Castillo.
En medio de su ofuscación el Presidente llegó al extremo de ordenar, autorizar o permitir que a Luis Abinader se le tratara de involucrar en boicotear las primeras fallidas elecciones municipales, cuando el Presidente sabe que esa fue una faena del PLD e instancias de su gobierno.

El Presidente ordenó, autorizó o permitió que la Dirección de Comunicación de la Presidencia propalara la infamia de que el Coronavirus de Luis y familia fue fingido.

Y ahora, el presidente Medina ordena, autoriza o permite una asquerosa maniobra que intenta asociar de alguna manera a Luis Abinader al narcotráfico.

Nadie le ha creído ninguna de esas patrañas al Presidente, sea que él las ordenara, autorizara o permitiera…que quienes hemos estado envueltos en campañas electorales sabemos que unos ataques tan desconsiderados como han sido esos, sólo se echan a caminar si el candidato o el jefe de campaña, funciones que cree unificar Danilo, lo ordenan, autorizan o permiten.

Por eso quiero contarle al Presidente una anécdota que solía relatarme mi amigo Dido Corominas Pepín, cuando el país vivía circunstancias como las actuales:

Una noche, en los tiempos de Concho Primo, un general llegó con su guerrilla a una fiesta encendida, en las estribaciones de la sierra santiaguera.

Tras dar las buenas noches el general y su escolta se sentaron y empezaron a libar aguardiente y a entrar en confianza con los asistentes.

En un momento el general jaló a bailar a una hermosísima serrana de las que prodiga esa tierra de Dios, produciéndose de inmediato un espeso silencio, pues sabían todos que era la esposa de un tipo de muy malas pulgas.

Terminada la pieza, el general llevó a la dama a su silla y él fue a sentarse, cuando el esposo de la mujer, le dijo:

-Hágame el favor, general, indicándole que salieran del salón.

No bien salieron, el esposo ofendido, que era hombre de baja estatura, y flaco como arenque, se estacó y le sonó al
general una galleta cuyo eco retumbó de loma en loma por toda la serranía.

No bien el tipo le dio la galleta al general, su escolta se le abalanzó para comérselo vivo…

–Un momento –los contuvo el general–, déjenlo, nadie le va a creer a eso, dijo mirándolo conmiserativamente, que me dio una galleta a mi.

Nadie va a creer, sea que lo ordenara, autorizara o permitiera el Presidente, que Luis tuviera nada que ver con el sabotaje de las elecciones del 16F, que él y su familia fingieran el contagio del Coronavirus, y mucho menos que tenga nada que ver con narcotráfico ni cosa que se le parezca.

Vistos hechos tan desesperados, al parecer hijos del estado de arrebato en que cae el Presidente, quizás sea bueno también observarle que una situación parecida a la de él vivió el presidente Horacio Vásquez, llevando a sus seguidores a proclamar: ¡Horacio, o que entre el mar!

Aquí y ahora no entrará el mar, porque esta sociedad no se va a suicidar, menos por desmedidas ambiciones particulares o grupales, sea lo que sea que ordene, autorice, permita o esté mal pensando el Presidente.

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