Uno de los problemas que se planteaban en el pasado en los espacios de discusión respecto a las maneras de transformar las sociedades desde una perspectiva progresista era la cuestión del discurso. ¿Qué discurso construir respecto a la realidad? ¿Hasta dónde se podía compadecer con los hechos y las situaciones? Desde otra perspectiva, se entendía que los planteamientos no podían apartarse demasiado de las posibilidades materiales, de lo que podía hacerse y hasta dónde se podía avanzar.

El riesgo mayor acerca del discurso político se afirmaba en planteamientos, y especialmente en exhortaciones, que si bien podían entusiasmar a las masas, resultaban imposibles de materializar. Si eso ocurría, venían las frustraciones, y con ellas la pérdida de iniciativa y largos períodos de “reflujo”, es decir, de falta de acción, lo que tenía un alto costo político, porque implicaba un recomenzar eterno.

Tras la permanencia del Partido de la Liberación Dominicana (PLD) durante 16 años en el poder se generó un cansancio de amplias capas de clase media, persuadidas de que en la sociedad debía producirse un cambio para superar las lacras acumuladas durante ese período, más las añejas del cuerpo social dominicano. Esos sectores encontraron en Luis Abinader y el Partido Revolucionario Moderno (PRM) el medio para canalizar sus inquietudes y demandas. Y no han perdido tiempo en reclamar que haya justicia contra los corruptos y que el país dé un gran giro respecto a la manera de dirigir la cosa pública, propiciando la participación en la toma de decisiones y políticas públicas.

Lo interesante sería saber qué tan grandes son las expectativas creadas y hasta dónde podrá llegar la administración de Abinader, que inicia en medio de la más grave crisis sanitaria global, y por extensión, económica, que ha arruinado los planes de crecimiento y mejoría en todo el mundo.

Los reclamos no se limitan a los grupos señalados, sino que otros sectores, como pequeños y medianos productores de campos y ciudades, que igual se sienten excluidos y victimizados, desde ya adelantan sus reclamos y hasta advertencias.

En pocas palabras, las nuevas autoridades se instalarán en medio de una crisis y con amplias expectativas sociales. ¿Podrá llenarlas; podrán evitar tempranas frustraciones?

La tarea no es pequeña.

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