Hay asuntos que dividen países. Polarizan a la opinión pública. Cada cual defiende lo que piensa a rajatablas, en ocasiones irrespetando al que difiera. “Tenemos la absoluta razón”, es la consigna de los no pocos que se fanatizan. Por ejemplo, en los Estados Unidos de América hay temas sensibles, con posiciones radicales, como son el aborto, el control de la venta, porte y tenencia de armas de fuego y la inmigración.

Recientemente, en la revista Harper’s, unos 150 intelectuales publicaron una “Carta sobre la Justicia y el Debate Abierto”, entre ellos el filósofo Noam Chomsky. Expresaron su preocupación por la “intolerancia hacia las perspectivas contrarias, la moda de la humillación pública y el ostracismo” que está ganando fuerza en los Estados Unidos de América, incluyendo al lado más progresista del espectro político. “La manera de vencer a las ideas incorrectas es exponiendo, argumentando y convenciendo, no intentando silenciar o apartando”, indicaron.

Aterrizando en Dominicana, estimo, que el aspecto más preocupante y que más provoca debates con altura o acalorados es el de la inmigración, pero con un apellido: haitiana. He observado defensas apasionadas de una u otra solución, con la participación activa de instituciones nacionales y extranjeras.

Esto tomó matices más delicados luego de que nuestro Tribunal Constitucional dictara la Sentencia 168-13, estableciendo que dejarán de tener la nacionalidad dominicana los nacidos en el país cuyos padres hayan estado en situación de indocumentación, con aplicación a todas las personas nacidas en nuestro territorio desde el año 1929 a la fecha. Desde entonces hemos estado bombardeados desde varios frentes, unos apoyando la sentencia con rabia y otros la criticándola sin misericordia.

Destaco que, al respecto, nuestro gobierno durante estos años se ha manejado con mucha prudencia. Ni mucho por allá, ni mucho por aquí. El equilibrio ha sido la norma y los resultados están ahí: hemos esquivado los dardos envenenados que nos han lanzado desde nuestro suelo y allende los mares y hemos adormecido a un sector nacionalista que a veces se viste de odio.

Con la llegada del próximo gobierno no descarto que este tema resurja con fuerza insospechada, donde los bandos intenten pescar en río revuelto. Roberto Álvarez, el Ministro de Relaciones Exteriores anunciado, tiene mucha experiencia en el mundo de la diplomacia y confiamos en que sabrá capitanear un barco que navegará literalmente por aguas caribeñas.

“Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”. Así se expresó John Kennedy. En esencia, pidió tolerancia, una palabra que cada día asumo más y que será vital para salir airosos con el caso de la inmigración de nuestros hermanos haitianos.

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