La muerte de Víctor José Víctor Rojas (Víctor Víctor) como todos lo conocimos y disfrutamos, fue un rudo golpe sobre los dominicanos. Otro asalto de la COVID-19.
Se llevó a un hombre extraordinario, en plena capacidad creativa. Afable, de trato sencillo, sin mirar a quien, amigable, llevó una vida plena, desde sus años mozos, cuando abrazó el canto y las composiciones junto a lo que era parte de su ser: la preocupación por los seres humanos que lo conduciría a ser parte de las luchas sociales y políticas desde los años finales de la década del 60.

Nacido en Los Pepines de Santiago en 1948, Víctor Víctor fue parte de una generación de jóvenes artistas que asumieron el canto desde una línea de compromiso, y cuando el mundo cambió con los aires de democratización en la República, y posteriormente, con el inicio del fin de las utopías, sus ideales libertarios y de humanización de las sociedades permanecieron.

Su visión militante del cambio social siempre la canalizó mediante el arte, y con el mismo, la comprensión de las tendencias de la música popular dominicana, donde abrevó. Sus creaciones de la etapa madura lo convirtieron en el intérprete por excelencia de la nueva bachata, lo mismo que del son.

Esa tendencia tenía mucho que ver con sus concepciones de la vida y su identidad con las capas sociales que le dieron contenido a esos ritmos.

Más allá del artista, se va un hombre sensible que la fama no pudo transformar. Caballeroso y jocoso, una magnífica persona.

Un dolor por la pérdida temprana de Víctor Víctor. Y el más sentido pésame a sus familiares, compañeros y artistas, en estas horas de tristeza en los hogares dominicanos que impotentes ven partir a sus seres queridos a la eternidad.

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