Un cantautor es usualmente solista. Escribe, le coloca melodía e interpreta sus propias canciones. En Iberoamérica hay estrellas: Silvio Rodríguez, Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Chico Buarque, Violeta Parra…
De los de nuestra patria, que son tantos, solo mencionaré 4, todos fallecidos y gratamente recordados: Luis Días (sí, con “s”), Fernando Echavarría, Anthony Ríos y Víctor Víctor, quien nos dejó hace poco. Todas esas muertes nos dolieron.

León Gieco, el extraordinario cantautor argentino, decía que “la música es una cosa amplia, sin límites, sin fronteras, sin banderas”. Hay canciones, ritmos y melodías que entendemos poco o nada, que nos llegan en idiomas ajenos al nuestro e incluso con instrumentos musicales irreconocibles; pero, a pesar de eso, los disfrutamos como si nos fuesen familiares.

No hay que saber francés para apreciar la canción “Ne me quitte pas”, interpretada por Jacques Brel. En Beijing observé a varios chinos bailando entusiasmados “Chan Chan”, el famoso son cubano compuesto por Compay Segundo.

Con relación a Víctor Víctor ocurría algo fabuloso: su arte llegaba y era aplaudido por todos los gustos. Su talento era el Caribe bañando las aguas del universo, perfumadas por su trayectoria de compromiso social. Por ello su partida ha entristecido tanto.

Por ello reflexiono que cada vez que muere un artista de nuestro agrado nos queda un vacío como si también hubiese desaparecido parte de nosotros. Actor, músico, escultor cantante… no importa su rama, si hemos convivido con su arte, si nos ha conmovido hasta los tuétanos, nos brotan lágrimas el día que nos deja físicamente o cuando lo recordamos.

Llegamos a amarlos. Y ese amor nos ciega de tal manera que nos negamos a reconocer sus defectos. Seguimos sus pasos, gestos, palabras, ideas, caprichos, andanzas, rabietas y tormentos.

Nos identificamos con lo que son. Y todo, o casi todo de ellos, lo celebramos; y todo, o casi todo de ellos, nos resulta gracioso; y todo, o casi todo de ellos, lo justificamos. Son héroes que incluso inciden en el desarrollo de nuestra personalidad, los imitamos en la forma de vestir y de caminar y sobrevaloramos sus expresiones.

El arte surgió con la especie humana. La vida misma es un arte. Todavía aparecen muestras extraordinarias de lo que hacían nuestros antepasados. El arte tiene un lenguaje universal, que trasciende culturas, épocas, fronteras e ideologías. ¡Cuántos de nosotros disfrutamos los cantos gregorianos sin entender sus palabras!

Hoy el arte dominicano está de luto. Ha partido el cantautor Víctor Víctor, oriundo del barrio Los Pepines de Santiago, querido, valorado y respetado en esta media isla y donde sea que el son, el bolero, la bachata y el romance tengan espacio.

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