Hace 17 días que se efectuaron las elecciones. Quizás pocos días después de conocerse los resultados, las autoridades nacionales debieron actuar con mayor prontitud para adoptar las medidas que finalmente entraron en vigor ayer.
La apertura de la economía fue un gran salto y las elecciones eran una cita inevitable. Obviamente, su celebración no estaba sujeta a discusión, y se hizo lo que se pudo en medio de la pandemia. Pero faltó un plan para el día y los días después. La misma gente se preguntaba: ¿y ahora? Reinó cierta desorientación.
Pero mejor tarde que nunca. La Nación está alarmada ante el progresivo avance de la COVID-19. El gobierno acordó el estado de emergencia con las autoridades electas y probablemente todo el protocolo anunciado ayer.
Ahora, nueva vez corresponde a los ciudadanos dar cara a la triste realidad. Mucha gente, amplios núcleos de la población, se desentendieron durante estos días de que el coronavirus no sólo sigue ahí, sino que las liberalidades han creado las condiciones para su expansión.
El toque de queda ha mostrado que puede atenuar la velocidad de los contagios, pero en el día a día, durante el trabajo, las diversas actividades económicas y sociales de la gente, la amenaza persiste. Y el enemigo invisible avanza en todas las direcciones. Y somos los humanos precisamente sus agentes transmisores.
Las autoridades pueden, como han anunciado, endurecer las restricciones. Pero es la ciudadanía la que va a definir el rumbo del coronavirus.
Hay que insistir en la necesidad de respetar las normas, sea en el transporte de pasajeros, en los negocios, en todos los establecimientos abiertos con determinadas condicionalidades. Son reglas que determinan que menos o más gente enferme o incluso muera.
Ayer fueron contabilizadas otras doce víctimas fatales para totalizar 999 fallecidos, y los contagiados pasan de 54,797, con un sistema hospitalario al borde del colapso. La única manera de desacelerar esa tendencia es mediante la colaboración de todos.
