Si el presidente Danilo Medina hubiese aprovechado su primer discurso del 20 de marzo para abordar la pandemia del nuevo coronavirus con la determinación que el caso demandaba, al día de hoy no tuviéramos a más de mil 100 familias lamentando la pérdida de uno de los suyos que sucumbió al aliento vital porque no pudo rebasar la enfermedad.
Tampoco tendríamos a una alta población de contagiados de COVID-19 con sus vidas al borde del final ni a miles más que no saben el momento en que su afección se complicará ni a otros miles luchando por conseguir que les hagan una prueba ni a millones en el filo de la navaja porque no sabemos el momento en que pudiéramos resultar infectados.

Es simplemente un drama. Un drama cuya responsabilidad recae enteramente en el Gobierno porque no supo—o no quiso—actuar a tiempo para arrinconar la pandemia en el momento en que se estaba a tiempo, cuando sólo se contaban unos cuantos cientos de contagiados y los fallecidos no llegaban a 20.

El momento crucial se dejó pasar porque el presidente y el resto del Gobierno tenían la agenda electoral como prioridad y la salud del pueblo como tema delegado hasta que Dios “metiera su mano”.

Un Gobierno canalla que prefirió pasar al candidato de su partido el protagonismo de importar las pruebas para determinar contagios; que entendía más importante la campaña electoral que la salud del pueblo y que consideraba que “todo lo que ha ocurrido de marzo hasta hoy ha beneficiado a Gonzalo Castillo”.

Estas últimas palabras no son inventadas, sino que fueron dichas por el presidente de la República como arenga alentadora para sus huestes cuando desmentía los resultados adversos de las encuestas.

Es decir, que la no masificación de las pruebas; la negativa a involucrar a todos los sectores en la lucha contra la pandemia; el aprovechamiento del espacio de acción con fines electorales; la no aplicación de medidas drásticas para sacar a la gente de la calle y un largo etcétera, todo eso, “de marzo a la fecha…”, se hizo para beneficiar a Gonzalo.

Gonzalo es historia, pero bajo el suelo de la República yacen más de mil 100 dominicanos que no pudieron vencer la COVID-19, y que al igual que Danilo Medina y los funcionarios tenían hijos, cónyuges, hermanos, una parte de ellos padres y madres, en fin, personas con dolientes que jamás podrán ver sus rostros ni darles un abrazo.

Es una lástima que no existan mecanismos institucionales que permitan organizar la acumulación de cargos por genocidio involuntario contra el presidente Medina y los responsables de esta catástrofe sanitaria cuyo agravamiento es una obra enteramente de ellos.

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