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La unanimidad nunca ha sido buena para la democracia. La uniformidad de opinión conduce irremisiblemente a la tiranía y anula la capacidad de un país para enfrentar con imaginación sus problemas más perentorios.

Lo que resulta difícil de asimilar es la dificultad que se observa en el ambiente nacional para lograr acuerdos respecto a asuntos en que los partidos y la sociedad civil muestran coincidencias. Si es tan cuesta arriba alcanzar compromisos alrededor de un proyecto de ley de presupuesto, cuya duración es apenas de un año, es fácil comprender las causas por las cuales este país no puede diseñarse pautas para el futuro.

La necesidad de un proyecto de nación, del que habla todo el mundo, no parece una meta alcanzable por lo menos en el corto plazo. Y no lo es porque se carezca de una noción de lo que se perseguiría con ello. Es imposible de lograr por nuestra inveterada inclinación a ponerle trabas al cambio y al desarrollo. El desorden y la desorganización prevaleciente en el país son un buen negocio para los grupos de poder, tanto en la política como en las demás esferas de la vida nacional. ¿Por qué cambiar lo que nos beneficia?

Las demandas de transparencia son apenas gestos que muy pocos anhelan realmente. Gobierno y oposición, genéricamente hablando, deberían buscar puntos de coincidencia relacionados con asuntos de la mayor relevancia. Sería un buen punto de partida para negociaciones dirigidas a la redacción y puesta en práctica de una agenda nacional respecto a un Plan de Desarrollo ya aprobado y convertido en ley que no se observa.

En el nivel actual de crispación pudiera parecer una aspiración inalcanzable. Pero ya pasaron las elecciones y es algo que el país no puede seguir dilatando indefinidamente. No hay muchas opciones.

Posted in La columna de Miguel Guerrero

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