Ubiquémonos en el último trimestre del 2019. El transporte aéreo presentaba un firme crecimiento con nuevas rutas y destinos, nuevos proyectos aeroportuarios, expansión y remodelación de aeropuertos existentes, nuevas tecnologías, reconocimientos internacionales y la consolidación del sector público aeroportuario, colocándonos como referente internacional.
De repente, el mundo da un giro de 180 grados. Aparece el Covid-19 y aterriza el sistema aéreo a nivel global. Las estadísticas caen y los pronósticos promisorios desaparecen, dejando al descubierto la naturaleza compleja en que opera el transporte aéreo y el impacto económico y social que produce.
Los Estados se vieron obligados a adoptar restricciones donde primó la salud ante cualquier otro factor social, incluyendo el cierre de fronteras. Nuestra condición insular puso en evidencia la importancia de la aviación en el desarrollo económico, la conectividad y la generación de empleos, y su dependencia precisamente de esa conectividad aérea para una recuperación rápida de la economía.

En el 2019, 14.4 millones de pasajeros viajaron a nuestro país por vía aérea. Este año las proyecciones son muy diferentes. La “meta” esperada no sobrepasará un 35% de esa cifra. Hasta el año pasado, el número de pasajeros anuales tenía un 5.52% promedio de crecimiento anual, y no por casualidad. Iniciativas para facilitar la apertura de nuevas rutas aéreas permitieron una mayor conectividad, combinadas con una alianza público-privada que promocionaba la República Dominicana en los principales eventos mundiales de turismo y aviación.

El 2020 puso un PARE abrupto. La crisis por la pandemia cambió todos los esquemas de planificación, obligando un reajuste forzoso de medidas de prevención capaces de “motivar” a los viajeros retomar el interés por visitarnos. El sector aeroportuario tomó decisiones buscando restaurar la confianza en los viajes aéreos, la recuperación de la aviación, la conectividad de los aeropuertos, la salud y seguridad de los pasajeros y empleados, así como salvaguardar empleos. Ahora, a partir de la pausa obligada, entre el optimismo y el temor de adaptarnos a “la nueva normalidad”, tenemos que aprender de esta experiencia y encontrar el equilibrio entre productividad y salud, pues ambos son factores de supervivencia, y el transporte aéreo es vital para que la economía se acelere de nuevo.

Controlada esta nueva normalidad ahora necesitamos ser competitivos, y para esto, debemos reconocer que la aviación es un sector de importancia estratégica que respalda un amplio conjunto de objetivos de desarrollo económico y social del país, y los aeropuertos son la pieza clave para conseguirlo.

El pasado 1ero de julio nuestros aeropuertos reabrieron sus puertas con la esperanza de que los pasajeros recobren la confianza en viajar, aplicando protocolos recomendados por autoridades sanitarias y organizaciones reguladoras aeroportuarias y de aviación civil, rediseñando procesos e implementando controles más efectivos en relación con seguridad operacional, salud pública, seguridad física y facilitación, y bajo la incertidumbre de por cuánto tiempo serán necesarias. En cualquier caso, aprendemos de la experiencia para enfrentar cualquier desafío de salud pública similar que pudiera presentarse en el futuro.

El próximo paso es trabajar en reconstruir esa confianza de los visitantes. Esto implica una coordinación hacia un objetivo común enfocado en dos frentes: la mejora y garantía de la seguridad con la reducción del riesgo de contagio por el Covid-19 durante el viaje, y la implementación de un turismo responsable con un enfoque hacia el cuidado ambiental, sobre todo en un país donde los destinos turísticos son principalmente de playa y naturaleza.
Esto debe ir de la mano con la preservación de empleos en la crisis actual, debiendo aprovecharse este tiempo para transformar el sector, fomentando políticas de capacitación, sobre todo del sector laboral informal, como forma de generar capacidades de ser mejores anfitriones para el turista que nos visite.

Estamos en el momento perfecto para reinventarnos como destino; de pasar balance sobre lo que debemos hacer o dejar de hacer y qué debemos potenciar. Debemos igualmente adoptar decisiones que generen un turismo responsable que permita recuperar los meses perdidos sin potenciar los daños que se venían registrando cuando no teníamos pandemia.

Esto obliga una gestión aeroportuaria y turística unificada, eficiente, rentable y sostenible, la cual requiere un trabajo conjunto a fin de llevar a cabo una adecuada revisión, formulación y aprobación de planes y proyectos viables económicamente e impulsen un plan social de desarrollo. La experiencia y la realidad de los hechos demuestran que sólo contando con equipos de trabajo competentes, disciplinados y altamente comprometidos se pueden consensuar objetivos comunes de manera integral que permitan pasar de la intención a la acción de forma coordinada y alcanzable.

Finalmente, el Estado, al momento de implementar políticas de regulación, sobre todo para la aviación civil, deberá asegurar que esta cumpla con las mejores prácticas a fin de alcanzar las metas deseadas para el crecimiento económico y cohesión social. No olvidemos que el transporte aéreo genera crecimiento y empleo, y que está fuertemente ligado a la competitividad, la calidad, la capacitación, la tecnología, el cuidado al medioambiente, la responsabilidad social y otras actividades sobre las que se mantiene atención y vigilancia constante. El reto es ofrecer facilidades, servicios y productos nuevos, seguros y mejores, a fin de seguir siendo competitivos y mejorar la calidad de vida de todos.

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