En múltiples ocasiones, la Organización Meteorológica Mundial (OMM) ha comunicado de manera formal que estamos viviendo en la década más calurosa que ha experimentado el planeta Tierra desde que se iniciaron los registros de temperaturas a nivel global a partir del año 1880, y eso se confirma por el hecho de que desde el año 2014 cada año está marcando un nuevo récord de altas temperaturas en algún lugar del planeta Tierra, y lo vimos en la última semana de junio del pasado año 2019 cuando estando en Roma para dictar una conferencia en el Congreso Mundial de ingeniería sismogeotécnica nos encontramos con que el día 28 de junio el sur de Francia alcanzó la temperatura más alta desde que hay registros, pues los termómetros subieron hasta 45,9 ºC en Gallargues-le-Montueux, un pueblo situado entre Nimes y Montpellier, y esa increíble ola de calor se extendió hasta Roma y hasta el nordeste de España.

De igual modo, una semana después, Alaska sorprendió al mundo cuando el 4 de julio de 2019 el termómetro llegó a 32,2 ºC en Anchorage, el 8 de julio llegó a 31.7 ºC en Aniak y a 32.2 ºC en Bethel, mientras que Talkeetna registró 33.9 ºC en la misma semana, y todas esas temperaturas se convirtieron en récords; mientras en la pasada semana la prensa mundial ha dado a conocer que el pasado domingo 16 de agosto de 2020 las temperaturas en el valle de la Muerte alcanzaron los 54,4 ºC, cifra nunca antes alcanzada en ese caluroso valle intramontano ubicado al sureste de California, convirtiendo ese espacio terrenal en un pequeño sendero infernal donde quien no esté preparado puede morir por un golpe de calor, por hipertensión arterial o por una deshidratación total.

Y es que para la primera mitad del siglo pasado, las concentraciones de dióxido de carbono (CO2) en nuestra atmósfera eran del orden de las 250 partes por millón (ppm), sin embargo, el desarrollo industrial, el crecimiento de los medios de transporte, y el crecimiento de la demanda de energía eléctrica fruto del crecimiento exponencial de la población mundial, han disparado el consumo de combustibles fósiles cuyo proceso de combustión libera altas concentraciones de CO2 que va a la atmósfera, provocando que los niveles de CO2 se hayan disparado hasta las 417 partes por millón medidas en la actualidad, lo que significa que lo que la humanidad no logró en sus primeros 7,000 años de organización social, lo ha logrado en estos últimos 70 años.

Pero el problema no es sólo que los termómetros registren cada día temperaturas más y más altas, no, el problema es que esas altas temperaturas están produciendo mayor cantidad de vapor de agua desde la superficie del mar, lo cual está induciendo una mayor cantidad de tormentas y huracanes que cada año amenazan a nuestros pueblos, y lo estamos viendo en la presente temporada ciclónica del Atlántico, donde en la segunda semana de mayo tuvimos 2 tormentas en la zona de La Florida, siendo Arthur la primera, nombrada el 18 de mayo, y Bertha la segunda, nombrada el 27 de mayo (y todavía así se dice que la temporada ciclónica comienza el día primero de junio de cada año), y como ya acumulamos 13 tormentas, y todavía no hemos llegado a septiembre que es el mes pico en la temporada ciclónica, fue necesario que la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de los Estados Unidos (NOAA) redefiniera sus proyecciones de tormentas para este año 2020, y de un mínimo de 13 subimos a un mínimo de 19, y de un máximo de 19 subimos a un máximo de 25, lo cual se torna preocupante, sobre todo en medio de la pandemia de coronavirus.

Todos sabemos que este pasado fin de semana la tormenta tropical Laura estuvo afectando a Puerto Rico y atravesando a la República Dominicana y Haití, del mismo modo que a finales de julio tuvimos la tormenta tropical Isaías atravesando la región este del territorio dominicano, y cada año serán más y más las tormentas y huracanes que estarán amenazando a territorios ubicados en rutas de ciclones, por lo que el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPCC) tendrá que reflexionar sobre la urgencia de comenzar a exigir el uso de modernas tecnologías que permitan reducir, de manera drástica, las emisiones de CO2, principalmente en los países más industrializados, como China, Estados Unidos, India y Corea, porque los pequeños países, como la República Dominicana, tienen tan bajos niveles de emisiones de CO2 (0.000025%), que al colocarlos dentro de la contabilidad global la cifra final no se altera, pero aún así, la primera señal del nuevo presidente de la República, Luis Abinader, de llegar a su toma de posesión en un auto eléctrico de cero emisiones de CO2, sugiere un compromiso oficial de contribuir a reducir emisiones de gases que amenazan con llevar al mundo a una crisis climática que produciría más ciclones, más sequías, menos alimentos, menos agua potable, más enfermedades, más muertes y más conflictos sociales difíciles de administrar, pero debe constar que es obligatorio empezar por los países categorizados como grandes emisores de gases contaminantes.

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