Si el ministro de Educación me consultara y preguntara acerca de cuándo yo entiendo debe comenzar el próximo año escolar, sin pensarlo dos veces le respondería:” Debe comenzar en enero y terminar el 10 o 15 de septiembre, quince días libres e inicio el siguiente (21-22) el primero de octubre “¿Por qué?:
Primero, porque entiendo que ya en enero el coronavirus, si no desparecido, habrá bajado considerablemente su
intensidad.

Segundo, porque es preferible iniciar cuatro meses después, con tal de sacarle mayor producto, en términos de la calidad de la enseñanza, a la inversión que el Estado hará en educación, y no precipitarse y comenzar ahora, apoyado en una plataforma virtual que a todas luces ha demostrado que solo funciona como medida alternativa, y de la que todos estamos convencidos genera una enseñanza vacía, fría, “machacada“, libre de transmisión de valores o de malísima calidad.

Aunque a los dueños de colegios no les guste, por las razones que todos se imaginan, si se pensara con estrictos criterios sanitarios y técnico – pedagógicos y no económicos, no habría que pensarlo mucho para entender que lo que más conviene frente a este estado de emergencia, es comenzar el año escolar en enero y terminarlo en septiembre. Y no sería la primera vez que eso ocurriría. En tiempos pasados, especialmente durante los gobiernos que encabezó Joaquín Balaguer, más de una vez hubo que tomar esa misma medida por razones sociopolíticas.

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