Un espécimen poco valorado de la fauna comercial criolla, es el vendedor ambulante, “con asiento” en intersecciones de calles y avenidas. De particular agudeza visual, percibe, como ave de rapiña, cualquier movimiento al interior del vehículo al que se acerca, que pueda mostrar particular interés en la mercancía que exhibe sin pregonar, el marchante de determinado espacio de tránsito, artífice de tratos comerciales diversos, vendiendo “de”.

Accesorios telefónicos, frutas, comestibles, bebidas refrescantes, limpia vidrios, chichiguas y cuanto pueda ser objeto de comercio. Un resorte los mueve cuando el semáforo cómplice exhibe su cara roja, marcando el tránsito a contrario, con mirada a 180 grados se desplaza entre vehículos, evitando los “limpia vidrios” que perturban la paz momentánea de conductores detenidos.

Sicólogos prácticos detectan cualquier evidencia de interés para insistir, movimiento de ojos que siguen la mercancía con curiosidad y algún movimiento involuntario y reflejo, que señale interés, todo sin saturar, al posible cliente del momento. El precio, en billetes enteros para no devolver y siempre con espacios para la “rebaja” (parte de la idiosincrasia criolla) y el usual “regateo”.

Hay quien ha sugerido que desde esas ópticas se observan las condiciones apropiadas para un asalto (una cartera de mujer, descuidada; un celular caro en el asiento) y que algunos de estos sujetos, son la avanzada de delincuentes que actúan “ma’palante”. Dentro de estos vendedores de días claros, existe una idiosincrasia particular con sentido de pertenencia de espacios públicos, con graves problemas sanitarios y aún de higiene que debe llamar la atención al “cliente motorizado”. Los haitianos no ocupan todas las intersecciones, porque dentro de estos vendedores de esquinas, existen algunos principios y códigos no escritos acerca de cuáles espacios ocupan y cuáles no.

Son más dados a la venta de frutas y extrañamente, parte de algún sistema de ventas particulares que les reparte la mercancía a principios de la mañana y recoge el fruto de la venta al final del día. Un sistema de explotación aceptado, más propio de sus carencias, sentido de esclavitud y ubicación en determinados “puntos comerciales”, situaciones que no afectan a los criollos, más independientes y libres, que los emigrados del país del oeste.

Los del comercio de las esquinas movidas, chiriperos de gran esfuerzo, mucho sol, grandes riesgos, al margen de la seguridad social, de los sistemas de salud, con ninguna certeza de futuro, que forman una legión de pobres sin identidad que mal resuelven las necesidades económicas diarias de la familia, con todo en contra. Marginales del sistema económico para los que ningún programa gubernamental alcanza, aunque son parte del panorama diario de las urbes mayores. Los vendedores callejeros de Santiago son más agresivos y “propasaos” que sus colegas capitaleños.

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