El Modernismo fue el primer movimiento literario auténticamente latinoamericano. Propagado principalmente a través de la poesía y la personalidad de Rubén Darío entre 1888 y 1900 hundía sus raíces en las influencias del Simbolismo francés que a su vez se desprendía del Parnasianismo, uno de los siete grandes movimientos que en orden cronológico forjaron la cultura occidental a partir de la Edad Media: Renacimiento, Barroco, Neoclasicismo, Romanticismo, Realismo, Parnasianismo y Vanguardias. El Parnasianismo dio paso a la corriente simbolista de donde beberían los más destacados creadores del Modernismo en la América hispana y el mundo.

En 1886 proclamó Jean Moreás el Manifiesto Simbolista. Moreás era un poeta griego radicado en París. En su obra había renunciado al empleo del verso libre y bajo tal signo compuso Las estancias obra clásica de la que aparecieron seis series entre 1899 y 1901 y una última en 1920. Apenas dos años después la publicación en 1888 del libro simbolista Azul de Rubén Darío imprimió carácter internacional a la literatura hispanoamericana. El poeta nicaraguense iniciaba así el Modernismo, poniéndose posteriormente a la par de otros poetas entre los que destacó el premio nóbel Juan Ramón Jiménez, su tierno libro Platero y yo con la historia del tierno burrillo que serviría de referente a nuestra clásica novela La mañosa editada en Santo Domingo en 1936. (Por cierto que en la Biblioteca de la Universidad Madre y Maestra existe uno de los escasos ejemplares sobreviviente de aquella primera edición).

En la República Dominicana el Modernismo en lo concerniente a la literatura dramática se manifestó con plenitud durante dos etapas diferenciadas. Una tuvo lugar en los albores del siglo XX durante la primera década con piezas de Tulio Manuel Cestero —El Torrente, La enemiga, La medusa— y Américo Lugo —Víspera de boda, Elvira. Un segundo período de desarrollo de Modernismo tardío se desplegó en el transcurso de la tiranía trujillista. En los años treinta se destacó en esta vertiente Armando Oscar Pacheco —La góndola azul, Amatista, etc.— y durante los años cuarenta coincidió con la producción de los poetas Sorprendidos. Pertenecen a la segunda época, con pocas excepciones, autores cuyo oficio principal fue la poesía entre los que se destacaron Franklin Mieses Burgos —La ciudad inefable—, Carmen Natalia —Luna gitana de 1944—,o Delia Weber _Los viajeros, Lo eterno_.
Como temas recurrentes, tan propios del Parnasianismo, el Modernismo manejó recursos como la huida en el tiempo y los espacios, el refinamiento y prolijidad en las imágenes plásticas y la búsqueda de la perfección formal, rasgos esenciales de la estética simbolista conforme al nuevo movimiento y que se ajustaron convenientemente en medio de las limitaciones que imponía el régimen dictatorial de Trujillo a la expresión artística. La década de los cincuenta evidenciaría un reajuste dentro de los mismos parámetros y en 1958 ganaban Franklin Domínguez, Margarita Vallejo y Miguel Ángel Jiménez sendas premiaciones por sus textos de literatura teatral infantil: La niña que quería ser princesa, Historia de caracoles, Historia de una gota de agua. El autor de Historia de una gota de agua había sido el primer autor nacional en ser representado por el entonces nuevo TEAN, Teatro Escuela creado en 1946. Cada uno de aquellos textos para teatro infantil evidenciaba los principales rasgos del Modernismo, desde la persecución casi obsesiva por la belleza plástica de la palabra al gusto acérrimo por el color y las imágenes exóticas.

La temática modernista revelaría, por una parte, un anhelo de recreación de la armonía frente a un mundo inarmónico, un ansia de plenitud y perfección; y, por otra, una búsqueda de raíces en la que el escritor se presenta como guía capaz de mostrarle al hombre común los valores verdaderos e inmanentes. Los temas tratados fueron muy variados y algunos recurrentes, tal como la elección de lo hispano como antecedente histórico valioso que otorgó unidad a innumerables piezas de literatura dramática de la época a mediados del siglo XX. Un aspecto importante fue el uso cuidadoso de lenguaje culto que se tradujo frecuentemente en una actitud aristocratizante.

Respecto a este último rasgo, vinculado íntimamente a las raíces neoclásicas del Parnasianismo y evidenciadas en la práctica por los autores modernistas, en nuestro país suele distinguirse de forma particular la elección de los temas grecolatinos que hicieron en su momento Henríquez Ureña con La muerte de Dionisos de 1921, más tarde Veloz Maggiolo con Creonte, y Héctor Incháustegui Cabral quien en 1958 estrenó la primera de su trilogía sobre tópicos recreados de la antigüedad clásica: Prometeo, Hipólito, y Filoctetes.

Fue un hecho el que a partir de 1940 la literatura hispanoamericana en general prescindiría de las formas realistas tradicionales. Y ello estuvo muy especialmente ligado a las huellas de la proliferación de dictadores y tiranías en la Región. Los artistas de la palabra decantaron su escritura hacia modelos lejanos utilizando diferentes marcos y el caso de nuestros dramaturgos no sería la excepción.

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