Como el homérida, nuestra sociedad ha estado de forma permanente entre dos escollos que parecen insalvables: Escila y Caribdis. De un lado, una clase política cuya mayoría ha ido al Estado a servirse, viéndolo como una “piñata”, como reparto. Y, de otro lado, unos grupos económicos que, como la misma clase política, se ha beneficiado del Estado (exenciones, donaciones, negocios de compra venta, etc.); y, en medio del mar bravío y sin poder controlar la dirección ni conjurar la tormenta, las grandes mayorías nacionales, que han sido, por demás, quienes “pagan los platos rotos”.

De un lado, la élite económica nacional, y es lógico, tiene sus representantes en todas partes, incluyendo los “independientes”, la “sociedad civil” y, obviamente, los mismos partidos políticos, que trabajan con su agenda y para beneficiar sus intereses.

La clase política, de su lado, cada vez más cuestionada, se enfrenta a una tormenta de “anti-política”, narrativa que socava la legitimidad de los actores políticos tradicionales para dirigir la cosa pública. Esto, en otras latitudes, ha llevado “outsider” al poder, montados en discursos populistas y anti-sistémicos, de no muy grato resultado. Este discurso es peligroso porque, estimo, nadie es “químicamente puro” por ser miembro de la sociedad civil o ser independiente. Y, por vía de consecuencia, nadie es tan incorrecto y falto de ética, solo por ser político activo. Claro, sería mejor que esté inactivo o que no sea político, pero, en todo caso, que su agenda sea pública y dirigida a beneficiar a las mayorías nacionales.

Con esto debemos tener cuidado, nadie puede decir que tiene el monopolio de la moralidad, de la ética en el país. Ni los políticos, claro que no, pero tampoco los empresarios, la sociedad civil, ni los independientes: nadie. Existen buenos dominicanos, con alto sentido de la ética y de las responsabilidades históricas que asumen en determinadas coyunturas, en todos los sectores. Solo deben buscarse y, por qué no, mezclarse. Como decir: Lo mejor de lo político, de la sociedad civil y de los independientes para beneficio del país.

Es cierto que nuestra clase política ha faltado a la confianza histórica depositada sobre sus hombros, pero este ataque hará que los mejores dominicanos, éticamente hablando y con deseos de cooperar, le dejen la actividad política a quienes piensan en servirse, más que en servir.

En la próxima elección de los miembros de la JCE (Artículo 80.4 de la Constitución), la idoneidad, condiciones, hoja de vida y real o posible independencia, deben ser los temas que, ciertamente, más preocupen. Pero, de plano, no podemos sesgar los aspirantes por su filiación política, aunque allí la búsqueda moral debemos hacerla con la linterna de Diógenes, lo sé. Nuestros políticos, repito, se han ganado la desconfianza pública. La sociedad civil y los independientes tienen, actualmente, la bendición nacional. En todo caso, ojalá se escoja lo mejor entre los políticos y los independientes (con y sin comillas). Hay buenos dominicanos en ambos sectores, aunque sé que de “buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”.

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