Sor Águeda María Rodríguez Cruz, de la Orden de los Dominicos, académica en Universidad de Salamanca, España, investigadora sobre las universidades hispanoamericanas, estuvo invitada por primera vez al país en 1988, cuando fui Rector de la UASD, al 450 aniversario de su fundación.

Se interesó en conocer “Santo Cerro”, la acompañé. Documentada previamente y, de regreso, con pocas palabras y tono perturbado, dijo: “Es inaceptable involucrar a la virgen con una matanza de inocentes; lo plantearé”.

Trabajo atrevidamente escribiendo una historia novelada, titulada “Marrón Tierra Vs. Negra Noche”, sobre el proceso de colonización y conquista de América. Novelar la historia es un recurso para facilitar su lectura; se incluye la “Batalla de Santo Cerro”.

La población originaria era una comunidad primitiva, con definiciones sociales y políticas, pero muy vulnerable ante la desarrollada civilización europea. Cuando Cristóbal Colón se instaló primero en La Isabela ¿Qué obligó a su traslado al extremo sur de la isla?

Es conocido que en La Isabela, para el primer viaje de Colón, se construyó un fuerte con los restos de una de las carabelas. Colón deja en ella una guarnición de hombres que cometieron excesos y dieron lugar a la primera gran rebelión en América contra la colonización; cientos de pobladores originarios destruyeron y mataron la guarnición.

¿Cuál fue la reacción de los españoles? La “Batalla de Santo Cerro”, referida con precisión por autores acreditados, en “Historia de la Trata de Negros”, Mannix & Crowley, 1968; afirman:

“Colón marchó contra ellos al frente de una fuerza de doscientos infantes y veinte jinetes. Con los españoles iban veinte sabuesos, animales enormes y salvajes, entrenados para hacer frente a osos y jabalíes en los bosques de la Europa central; a diez leguas de La Isabela los españoles se enfrentaron con las huestes originarios. Los conocimientos bélicos de los indios eran infantiles. Unos arrojaban desordenadamente piedras, otros corrían hacia los soldados golpeándoles débilmente con palos o tratando de hacer penetrar sus lanzas de caña en las armaduras españolas. Una descarga de arcabuces y ballestas se abatió sobre la multitud; los desnudos indios se arrastraban por el suelo; luego les soltaron los perros y los jinetes se lanzaron contra ellos. Lo que siguió fue una auténtica matanza que no cesó hasta que los caballos agotados empezaron a flaquear. Los sobrevivientes fueron luego cazados por los sabuesos y puestos a trabajar en las minas. Muchos murieron a los pocos días, totalmente incapaces de soportar el cautiverio’’ (p. 16)

Obsérvese que fue a diez leguas de distancia de La Isabela, 48 kilómetros, cruzando entre montañas, es “Santo Cerro”. Es inaceptable atribuir tal matanza a la virgen. En contraste la Orden de los Dominicos, ante acciones repetidas de magnicidios, se pronunció en su nombre Fray Antón de Montesinos, en el Sermón de Adviento de 1511, el domingo anterior a navidad, expresó:
‘‘¿Estos no son hombres? ¿Con estos no se deben guardar y cumplir los preceptos de caridad y de justicia? ¿Estos no tenían sus tierras propias y sus señores y señoríos? ¿Estos han ofendido en algo? ¿La ley de Cristo no somos obligados a predicársela y trabajar con toda diligencia de convertirlos? Todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes’’.

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