Durante un tiempo pensé que escribir era contar lo que se ve. Luego entendí que no. Escribir es otra cosa. Es escuchar, dudar, preguntarse siempre por qué, para qué y para quién. Es meterse en lo incierto, dejarse sacudir por la realidad, asumir que a veces no hay respuestas y seguir buscando igual.

Hace años, cuando era embajador en Paraguay, me invitaron a hablar en una escuela de comunicación. Tenía veinte minutos para decir algo que valiera la pena. No encontré una respuesta. Encontré una pregunta, que desde entonces no me suelta: ¿por qué hacemos lo que hacemos?

Esa pregunta vuelve cada vez que me siento a escribir. No como lema ni fórmula. Como peso. Porque escribir no es solo elegir palabras: es decidir qué merece ser contado. Y contar algo es darle existencia, sacarlo del ruido, hacerlo visible. Lo que no se nombra, no existe. Lo que no se escribe, se diluye en la indiferencia.

No escribo para enseñar. No tengo la verdad. Escribo porque hay cosas que me incomodan, que me sacuden, que me obligan a ponerlas en palabras. Porque todavía creo en los lectores que buscan un sitio sin estridencias, donde las palabras respiren. Un lugar donde no se grite, pero se escuche. Donde se piense antes de opinar y se dude antes de sentenciar.

Por eso estoy aquí, desde hoy en El Caribe, los lunes y los viernes. No para pontificar. No para convencer. Escribo para compartir. Para que en estas 340 palabras entren la duda, la crítica, la honestidad. No siempre lo consigo, pero lo intento. Porque escribir también es fracasar y volver a intentarlo. Y aceptar que a veces las palabras caen en el vacío o llegan donde uno no esperaba.

Escribir es construir una utopía personal. No es la única, no es la mejor, pero es la mía. Quizás no sea la tuya, lector. Pero si has llegado hasta aquí, si has seguido el ritmo hasta el último punto, hemos compartido algo. Y eso, en estos tiempos de ruido, ya es bastante.

Nos vemos el lunes.

Posted in DE UNA SENTADA, Opiniones

Más de opiniones

Más leídas de opiniones

Las Más leídas