Algunos aprendizajes

He aprendido que el valor de las cosas es el que le damos, no el que tiene etiquetado o el que la fama pretende otorgarle.

He aprendido que el valor de las cosas es el que le damos, no el que tiene etiquetado o el que la fama pretende otorgarle.He aprendido a seguir al “Jesús que anduvo en la mar”, a respetar la patria y valorar mi sangre y mi entorno, a amar y ser amado, a querer y ser querido, a disfrutar lo sencillo, a emocionarme con una buena lectura o con una canción que me llene, a expresar mis convicciones, a detenerme a observar una fila de hormigas en el patio, a amar mi profesión, a aplaudir el talento del prójimo, a mirarte a los ojos, a reír sin miedo, a llorar cuando me sale, a saborear un sancocho en el campo o a degustar una cena en el mejor restaurante de París.

He aprendido que si pienso que mis palabras pueden causar daño, no las escribo. Si considero que lo que hablo puede ser mentira, guardo silencio. Si no estoy firme antes de actuar, porque estimo que puedo ser injusto, me quedo sentado.

He aprendido que la belleza sin nobleza es fealdad; la belleza sin honestidad es tierra que se agrieta con facilidad; la belleza sin talento es empalagosa; la belleza sin gracia es maniquí; la belleza sin humanismo es corazón sin latidos; la belleza cosmética es humo que se va con una simple brisa, la belleza que se vende es efímera y la belleza que se compra es nube pasajera. Solo perdura la belleza invisible, esa que habita en nuestras conciencias.

He aprendido que no se cumple para complacer a terceros, para ser gracioso o para que no nos critiquen; se cumple para estar en armonía con nuestras convicciones y propósitos en la vida, de tal manera que si no lo hacemos no dormimos en paz y nos invade un sentimiento de culpa que ni el arrepentimiento disipa con facilidad.

He aprendido que la sencillez es espontánea y silenciosa. No se exhibe como un trofeo. La sencillez brota íntegra de las miradas, de las sonrisas, de los apretones de manos, donde cada gesto se expresa con armonía, con perfecta naturalidad.

He aprendido que la intensidad del cariño a un familiar o a un amigo no depende de la frecuencia con la que compartimos, ni de la distancia que nos separe. Basta saber que el familiar o el amigo está allí y que estamos dispuestos en cualquier momento a escucharnos, a darnos la mano, a protegernos.

He aprendido que el verdadero amor motiva, provoca ganas de avanzar y de hacer; anima el espíritu, nos fortalece para enfrentar las adversidades y nos nutre de ecuanimidad para asimilar los éxitos.

He aprendido que debo seguir aprendiendo.

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas