Dominicanos en la ciudad de New York

Estados Unidos es un país de emigrantes que intentan coexistir juntos y Nueva York es el clímax de esta mezcla cultural. Es un Estado gigantesco, más a ojos de un isleño, donde a gran escala esta todo lo bueno y lo malo de que es capaz el ser…

Estados Unidos es un país de emigrantes que intentan coexistir juntos y Nueva York es el clímax de esta mezcla cultural. Es un Estado gigantesco, más a ojos de un isleño, donde a gran escala esta todo lo bueno y lo malo de que es capaz el ser humano.

Nueva York tiene cinco grandes condados o “boros”, como les llaman ellos, y en todas partes integrados al mercado laboral, tanto formal como informal y en labores tanto humildes como encumbradas, hay dominicanos que buscan con su trabajo encontrar “el sueño americano”.

Ahora bien, aunque hay dominicanos presentes en todas partes, en Washintong High es que “la puerca retuerce el rabo”. La St. Nicholas Avenue (Juan Pablo Duarte bulevar), especialmente entre la 181 hasta la 192, parece la Capital Dominicana con mucho de nuestro jolgorio, pero con limpieza.

En la zona muchos negocios de comida, bodegas, farmacias y barberías tienen nombres dominicanos, pero funcionan con orden. Todos temen a los “tikets”.  Manejan con respeto a las leyes de tránsito, no se estacionan si hay una “pompa” (toma de agua), permiten el paso a los peatones y hasta en los supermercados quien entra delante te abre la puerta y espera que pases.

Unos juegan domino en la acera, una doña vende unas habichuelas con dulce más allá, hay tenderetes y mesas con todo tipo de objetos y más arriba es posible ver un grupo que entrega volantes exigiendo el reconocimiento de un partido político dominicano.

Y son de todas partes del país. El Cibao, por ejemplo, tiene un excelente representante en “Jayden”, un simpático “tíguere” cibaeño que, aunque “machaca” varios idiomas, habla con una “i” en cada palabra más grande que el Monumento. O, Anna, que con toda una vida allí y siendo gerente de un importante banco en Manhattan, solo añora su país y le gusta bailar bachata y merengue liniero.

Unos son “deliverys” como “Don Lindo”, otros preparan comida, como Julián o venden en negocios como Cindy. Algunas dejaron estudios en el país, como Yasily. También hay genios de la informática, como Patricio; y propietarios que, por solidaridad patriótica quizás, emplean sólo a dominicanos, como en “Bombonada”, un negocio de comida rápida que está casi esquina 192.

Algunas dominicanas cuidan viejos, como Mirtha, que además estudia al igual que Patria; otras un garaje, como Penélope; mientras Narcisa –alias Muñeca- vela por sus hijos que son excelentes estudiantes y Joheidy cuida niños, por una paga semanal.

Los más son obreros de gigantescas factorías, como Napoleón y Daniel; mientras otros son profesores de secundaria, como Felo y Alba, o universitarios como Luis. Algunos, ya por la edad, solo ven televisión, como Polón.

Mientras escribo esto pienso en Neli, quien emigró hace tres años y aún no acumula dinero, pero sí manteca: está gorda como una chinche; y en el sonido ensordecedor del tren en el subterráneo, una obra de ingeniería extraordinaria que cuando le escuchamos chillar allí debajo, nos recuerda la frase de Martí a su amigo Mercado, en carta del 18 de mayo de 1895, un día antes de morir, cuando le dice: “Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas;— y mi honda es la de David”.

Estos dominicanos viven en “el monstruo” buscando mejoría personal y familiar. Debemos apoyar esa diáspora que todo lo merece y que con su esfuerzo y envíos de remesas ayudan a mantener a flote la débil economía dominicana, pero más que hacer de Santo Domingo un Nueva York chiquito, como conceptualizó alguno, nos corresponde forjar una República Dominicana grande, donde sea posible conseguir “el sueño dominicano”.l

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