“El lado bueno de las cosas”

Incluso cuando el mundo literalmente se nos viene encima, todo va de mal en peor y ni siquiera aquellos que deberían consolarnos se interesan, en lo absoluto, en colaborar, en la vida todo tiene un lado bueno, tan bueno como es ese cine rabioso que&#8230

Incluso cuando el mundo literalmente se nos viene encima, todo va de mal en peor y ni siquiera aquellos que deberían consolarnos se interesan, en lo absoluto, en colaborar, en la vida todo tiene un lado bueno, tan bueno como es ese cine rabioso que se saca de las entrañas una historia irritante, pero al mismo tiempo regocijante.

Irritante porque con El lado bueno de las cosas se manifiesta ese deseo incontrolable de salir corriendo cuando Pat, el personaje que interpreta convincentemente Bradley Cooper, no acaba de aceptar lo irremediable: su mujer le abandonó por otro y éste terminó en una institución de cuidado mental, con la mente mintiéndole una y otra vez.

 Regocijante, porque David O. Russell, como vimos en su debut como director en 2010 con El luchador, sabe exprimir a sus actores, más cuando éstos interpretan caracteres golpeados por la vida, que luchan por pararse una y otra vez aún cuando siguen tropezando con la misma piedra. Buscando esa última gota es que Russell a posteriori puede celebrar las nominaciones (y premios en el caso del Oscar que recibió Jennifer Lawrence como Mejor actriz este año) que devengan sus realizaciones.

 La película toma impulso a partir de su primera hora y se va degranando como corre la arena entre los dedos, dibujando las interioridades psicológicas y excentricidades de un elenco coralino, que va cerrando capítulos tras el triunfo (muy personal) de una pareja de baile en un concurso profesional, en el que lo perdieron todo y ganaron mucho al mismo tiempo. Hay que meterse muy dentro de esos tipos con problemas psicológicos para sacar una buena caracterización, creíble y satisfactoriamente como esa que ofrece el veteranísimo Robert De Niro, escoltado por Jackie Weaver y el propio Cooper, dúo dinámico esporádico de Chris Tucker, efectivo en sus breves apariciones.  David O. Russell se curte entre el oficio del guionista que tiene ojo de águila para escoger sus historias, y poco a poco, mientras separa con paciencia la paja del grano, asume los proyectos que necesita un director en despegue y que, como es su caso, al parecer, busca el reconocimiento de la crítica –y el público– que no es poco pedir.

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