Los genes dan la cara

La estrella de la 150ª temporada de la popular serie CSI, cuando se filme, bien podrá llamarse Grissom. El nombre será un homenaje al más famoso jefe de la policía científica de Las Vegas, pero este Grissom será un ordenador…

La estrella de la 150ª temporada de la popular serie CSI, cuando se filme, bien podrá llamarse Grissom. El nombre será un homenaje al más famoso jefe de la policía científica de Las Vegas, pero este Grissom será un ordenador con una capacidad especial: la de ofrecer el rostro de un sospechoso o víctima a partir de un pelo  (o de otros materiales menos nobles), con tal de que tengan suficiente ADN bien conservado en él. A lo mejor los productores, siempre deseosos de captar audiencia, ni siquiera esperan a que sea una realidad. En las series basta la verosimilitud, y esta ya está aquí. Lo demostró a finales de marzo un equipo dirigido por Peter Claes, de la Universidad de Leuven (Bélgica), que publicó en PLOS Genetics un trabajo en el que se relacionaban los genes con los rasgos faciales de un grupo de voluntarios.

En verdad, el trabajo se hizo al revés, de la cara a los genes: para ello se convocó a 592 voluntarios de orígenes europeos y del oeste de África de Cabo Verde, Brasil y Estados Unidos. Se limitó su edad a que tuvieran entre 18 y 40 años para no añadir un factor de estudio más, como puede ser el envejecimiento, con sus efectos en el aspecto. Se tomaron imágenes tridimensionales de sus caras y se construyeron modelos en los que se establecieron 7.000 puntos de referencia.

Un estudio con 592 voluntarios hace retratos a partir de 24 genes.

Por otro lado, se tomaron sus genomas, y se buscaron las variaciones en una sola letra de la cadena (los SNP), sobre todo en genes que ya se sabía que estaban relacionados con la forma de la cara, por ejemplo porque tuvieran mutaciones que se supiera que causaban deformidades. En total, se centraron en 24 mutaciones de 20 genes. El resultado, como señalaban desde el mismo título, era un mugshot, la foto que nunca se parece de verdad al detenido que se toma en las comisarías de EE UU. O, para ser más exactos, una especie de retrato robot.

Luego le tocó el turno a la informática. Una vez establecidas las mutaciones y el aspecto que tenían los mutantes (todos lo somos de alguna manera; si no seríamos todos iguales) se escribió un algoritmo informático que lo relacionaba. Cuestiones como la altura de los pómulos, la separación de los ojos o el ancho de la nariz fueron codificados.

Otros rasgos no hizo falta trabajarlos tanto: ya se sabe cómo son los genes que determinan el color de los ojos o el pelo. Curiosamente, los científicos se niegan a hablar de razas. Ellos solo indican antecedentes, antepasados. La globalización y el mestizaje no permiten hacer una clasificación sistemática de los rasgos; ni siquiera del color de la piel. Y esto era algo que sabían bien los autores del ensayo.

Lo resalta Ángel Carracedo, profesor de Anatomía Patológica y Ciencias Forenses en Medicina Genómica de la Universidad de Santiago. “El artículo lo conozco muy bien por conocer a todos los autores. Su punto fuerte está en la utilización de la población de Cabo Verde que tiene la ventaja de tener una mezcla reciente, lo que favorece el análisis y el encontrar SNP asociados a rasgos tan complejos como los que trata el artículo. Allí es muy fácil ver mulatos rubios y de ojos verdes por ejemplo”, señala.

Si en lugar de una serie sobre crímenes como la propuesta al científico, se trabajara con la enésima entrega de Indiana Jones (o de su hijo o nietos), el robot mencionado al principio de este artículo podría llamarse Svante Pääbo, en un homenaje al paleogenetista más famoso, capaz de obtener el ADN de neandertales de hace 30.000 años. Y también para este campo las posibilidades de este tipo de estudios, aún incipientes, sería clara. Carles Lalueza, del Instituto de Biología Evolutiva de Barcelona, colega de Pääbo, también señala el éxito de usar un grupo de voluntarios de distintos orígenes. El estudio “toma una ventaja clarísima al usar individuos de ancestralidad mixta africano-europea, que tienen, de origen, rasgos muy similares”, afirma. “Hacen bien, empiezan por lo más fácil. Por eso les ha bastado con mirar unas decenas de genes”, para obtener información de rasgos característicos como “la nariz o la diferencia orbital”.

Que el trabajo es prometedor lo destaca el paleoantropólogo Antonio Rosas. “Es muy interesante. Es de las primeras veces que se combinan dos metodologías tan potentes y tan diferentes: la secuenciación genética y la morfometría geometría, que es la manera de aprehender la forma de la cara y relacionarlo con la información genética. Ahí está su potencial de futuro”, apunta.

Curiosamente, los forenses parecen más reacios a opinar sobre lo que se perfila como una herramienta fundamental. Y, entre ellos, los que utilizan estas aproximaciones en la práctica, como la policía, son más elusivos aún. Porque pese al revuelo causado, de momento este tipo de aproximaciones tiene mucho de potencial, y poca utilidad práctica. “El estudio es todavía muy preliminar y no se puede aplicar en la práctica forense aún pero abre la vía para encontrar genes candidatos que deben ser aún replicados en otras poblaciones y pasar, además, otros estudios de validación forense”, indica tajante Carracedo.

“Aún tenemos una caja negra, desconocemos cómo funciona el desarrollo. Solo se ha trabajado con 20 genes, y no basta con cuatro cambios en ellos para explicarlo todo”, abunda el paleoantropólogo Rosas.

 

Posted in Sin categoría

Más de

Más leídas de

Las Más leídas