Unas cartas del Ilustre Loco

Hablar de Juan Isidro Pérez de la Paz es hablar de Duarte, el patricio tuvo en él su más amado discípulo, quien también entregó a la causa todo lo que tenía y nunca desmayó en sus desvaríos por la “independencia pura y simple”.

Hablar de Juan Isidro Pérez de la Paz es hablar de Duarte, el patricio tuvo en él su más amado discípulo, quien también entregó a la causa todo lo que tenía y nunca desmayó en sus desvaríos por la “independencia pura y simple”.

Juan Isidro tuvo hasta su muerte una vida llena de infortunios. Fue objeto de persecuciones políticas, estuvo preso por sus ideales, fue exiliado, perdió una mano al parecer afectado por el cólera, padeció demencia e, inclusive, no se sabe dónde está enterrado. Sin embargo, nunca desmayo en su fidelidad al ideal de su mentor y amigo Juan Pablo Duarte ni en su amor total y desinteresado por la Patria.

Se tiene por hijo de Josefa Pérez de la Paz y Valerio y del presbítero Valentín Morales, de lo cual no existe mucha certeza, habiendo nacido en noviembre de 1817, en Santo Domingo. Precisamente en la casa, en la época quizás un humilde bohío, de Josefa Pérez (Doña Chepita), valerosa matrona hoy totalmente olvidada, donde se fundó el 16 de julio 1838 la sociedad secreta La Trinitaria, siendo Juan Isidro uno de los nueve iniciados. Es decir, es uno de los padres fundadores.

Participó, previo a la independencia nacional, en el Movimiento de la Reforma contra el presidente haitiano Jean Pierre Boyer, tan activo y valiente –era considerado el principal espadachín de su época- que es nombrado Capitán de una de las compañías de la Guardia Nacional.

Luego, ante la persecución desatada contra los cabecillas del movimiento independentista por las autoridades haitianas debe, junto a Duarte y Pedro Alejandrino Pina, exiliarse. Regresa al país el 15 de marzo de 1844 a bordo del Bergantín Leonor, ya proclamada la independencia nacional.

Fue Secretario de la Junta Central Gubernativa hasta que Pedro Santana la disolvió y asumió todos los poderes políticos. Entonces, fue declarado junto a Duarte y otros trinitarios como traidor a la patria y condenado a un perpetuo exilio.

Regreso al país en 1848 ya enfermo, de esta época es el mote de “Ilustre loco”, estuvo varias veces preso y muere el 7 febrero de 1868 de cólera –loco, olvidado, pobre y hasta manco-, en el Hospital Militar de la ciudad de Santo Domingo. No se sabe el lugar de su entierro. Qué destino más cruel para uno de los pocos que tiene tantos méritos en la entrega por la independencia nacional, pura y simple y sin doblego, como el mismo padre de la Patria.

De él transcribo unos fragmentos de cartas que dirigiera a su amigo, mentor y maestro Duarte:

El 25 de diciembre de 1845 le escribe al patricio: “Tu puedes decir como Napoleón: los hechos brillan como el sol”, y más adelante continua: “…la historia dirá: que fuiste el Apóstol de la Libertad e Independencia de tu Patria…que fuiste el único (…) que, con una honradez a toda prueba, se opuso a la enagenación (sic) de la península Samaná (…). Vive Juan Pablo, y gloríate en tu ostracismo, y que se gloríen tu santa madre y toda tu honorable familia…”
Y casi al final de la misiva, como exclamando: “No puedo más”. (Apuntes de Rosa Duarte, pág. 139).

Finalmente, un fragmento de una carta de septiembre de 1845: “Nuestra conciencia, nuestra honradez y la patria, paréceme nos imponen el deber de sufrir hasta tanto brillen días más serenos…yo estoy a tus ordenes, nunca pienses nada sin hablar conmigo; que si me ha faltado juicio, puede que en lo sucesivo me sobre un tantito”. (Obra citada, pág. 137).

Quise escribir de Duarte atribulado en su 203 aniversario y me quedé en Juan Isidro Pérez, el “Ilustre Loco”, pero estoy tranquilo: es casi lo mismo.

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