Wilfrido Vargas y sus Beduinos

Entre las décadas de 1970 y 1980, Wilfrido Vargas definió la estructura musical convirtiéndose en esos años como uno de los músicos más versátiles y prolíficos.

Wilfrido Vargas y sus Beduinos

En su segundo long play Wilfrido Vargas retoma algunos merengues instrumentales de su primera producción, como “Dolorita”, y empieza…

Entre las décadas de 1970 y 1980, Wilfrido Vargas definió la estructura musical convirtiéndose en esos años como uno de los músicos más versátiles y prolíficos. Este long play es un claro ejemplo un estilo todavía volátil, que como esponja absorbía géneros, digería ritmos y transpiraba melodías que iban desde el merengue, parándose en el bolero y continuar con una salsa que a principios de los 70 se imponía por encima de la ley.

“El semáforo” es el merengue que empieza a definirse con un claro doble sentido que pasa por debajo de la puerta, mientras “Yo nací para ti” es un bolero casi experimental que deja la puerta abierta para unas líneas muy bien trazadas a punta de la salsa en esa orquestación coral que es “No matarás”, matizada por la voz metálica de Vicente Pacheco.

Tan desafiantes como casi todos los álbumes de sus años más experimentales y artísticamente satisfactorios, Wilfrido Vargas y sus Beduinos saca partido al inigualable piano de Sonny Ovalle, y al penetrante sonido bestial de las alineaciones de viento, que también se siente en “Hipocresía”.  
Queda espacio para el pambiche representado por “Pambiche lento” y una muestra jocosa manifestada en el merengue  “La gasolina” y todos “esos gordos que hay en el país” y otra pieza del género como es “Don José”.

Pero las energías alimentan con mayor cuidado y meticulosidad con la salsa y el guaguancó que le deja tiempo hasta para la improvisación propia de estos estilos: así se siente a Sonny Ovalle en “Para ellos dos” y para todo aquel que quisiera identificar la vena jazzística del veterano músico de Altamira. Y “Lola” no es precisamente un lamento, ni música para camaleones. Es sólo música. H H H H

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En su segundo long play Wilfrido Vargas retoma algunos merengues instrumentales de su primera producción, como “Dolorita”, y empieza a delinear un estilo de merengue galopante para la época, en el que la sección de vientos (saxones y trompetas) ganan principalía, muy por encima de una percusión casi imperceptible.

“Nací para ti” es un experimento con un fondo con sonidos ajenos al merengue tradicional y “No es amor” se acerca a la balada que brilló en los años 70. Todo esto parte de la versatilidad que demostró desde sus primeros años este músico aventajado que con su “Salsa nupcial” dio un salto inesperado al género que impulsaron Johnny Pacheco y el abogado judío Jerry Masucci.

Aún era una música rústica, muy distante de lo que vendría a engrosar el legendario sonido beduino, y que con canciones como “Cuidado con el cangrejo” (con un solo del trombonista Kelman) se empezaba a sentir las influencias jazzísticas en sus creaciones. Ese coqueteo de Wilfrido Vargas con el jazz se manifiesta con personalidad en “Beethoven en mi mente”, una hermosa melodía que todavía hoy se siente su vigencia.

De todo un poco en Wilfrido Vargas y sus Beduinos, pero menos merengue que otra cosa. “La Greñúa” es otra salsa con sabor y “Mercedita” se circunscribe entre dos manifestaciones tropicales con énfasis en el son y la misma salsa. Son piezas cada vez más adorables, con categorías de clásicos, como lo es –mirando su cancionero en retrospectiva– la rarísima  “Balada de otoño” que cierra el repertorio de esta producción que se coloca en un lugar privilegiado en su discografía.

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